sábado, 21 de marzo de 2009

Beata Elias de San Clemente-Carmelita Descalza-1ra PARTE

1-Se hace la luz 2- Hacia su primer encuentro con Jesus 3- Serás Carmelita 4- En el umbral de la casa de Dios 5- De vuelta al tema 6- El Postulantado 7- Vestida como la Santísima Virgen 8- De Novicia 9- Primeros Votos

1- SE HACE LA LUZ

El 17 de enero de 1901, nace Teodora Fracasso Cianci, la protagonista de este relato biográfico que ahora tienes en tus manos. Su ciudad natal queda geográficamente ubicada, al sur de Italia. Bari es la capital de la región de Apulia; puerto del mar Adriático y centro comercial muy importante, sobre todo por las relaciones con los comercios orientales mediterráneos. Según expertos, en la actualidad es una de las ciudades más populosas y significativas de esta zona del país.

Vio la luz por primera vez en una casita ubicada en la Plaza San Marcos de la misma ciudad. Por orden de nacimiento, Teodora ocupa el tercer puesto entre nueve hermanos. A Prudencia la mayor, sigue Ana muerta a los 6 años, luego Teodora (Dora), Dominica (su alma gemela), por último y único varón, Nicolás. Los cuatro restantes volaron a Dios en el amanecer de sus vidas.

José Fracasso y Pascua Cianci, que así se llamaban los progenitores de Teodora, fueron según palabras de la misma: “padres verdaderamente santos.” Casados en diciembre de 1895, formaron una familia de profundos sentimientos humanos, religiosos y morales. Tenían claro el precepto del libro de los Proverbios: “Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo, no se apartará de él.”

José, administra una pequeña empresa artesanal. Ostenta también el tan merecido cargo de Sacristán Mayor de la Confraternidad de Santa Maria del Pozo. Pascua, típica madre de principios de siglo XX, se ocupa de su hogar, su esposo y la educación de sus hijos.

El 21 de enero a los 4 días de nacida, en la fiesta de Santa Inés, recibe Dora el sacramento del Bautismo de manos de su tío paterno: Rev. Padre Carlos Fracasso en la Iglesia de Santiago, quien hacia de capellán del cementerio por aquel tiempo. Le nombraron Teodora, que traducido es “Don de Dios”.

En 1903, y según las costumbres de la época Monseñor Julio Vaccaro Arzobispo de Bari, le administra el sacramento de la Confirmación. Desde muy temprana edad, podrá percibirse en la vida de Teodora, el trabajo perseverante del Espíritu Santo en la transformación de su carácter.

Los santos, no nacen santos. Todos lo que la Iglesia a elevado al honor de los altares, fueron personas de carne y hueso como nosotros. Sujetos a debilidades y flaquezas, con mil defectos que limar, con deseos de santidad… y posibilidades limitadas para llevarlos a términos. Así, podemos encontrarnos a una Santa Teresa de Jesús batallando con sus vanidades juveniles, sus ilusiones adolescentes, su frialdad hacia lo divino en su casa de la Encarnación. Ella misma, y sin tapujos, se autoproclama pecadora y necesitada de Dios: “Quisiera yo me dieran licencia, para que muy a menudo y con gran claridad, dijera mis grandes pecados y ruin vida”.

No por esto, podemos dejar de confiar en el poder transformador de Dios. La gracia obra al mismo tiempo que el alma se abre a su acción. El Señor nos llama a la santidad: Sed santos porque yo soy santo. Y algunos rechazamos o ignoramos concientes o inconscientemente la invitación. La vocación a la santidad, común a todo cristiano, exige de nosotros coherencia y entrega. Predisposiciones quizás algo olvidadas en nuestra sociedad moderna, mas no perdidas.

El carácter de Dora, tendrá que sufrir muchos cambios, y se verificará años más tardes la modificación operada a lo largo de su corta existencia. Como barro húmedo y moldeable, se dejará transformar en las manos de su Divino Esposo Jesucristo. Se abrirá por entero al don de la gracia y Dios, y este aceptará gustoso la rendición absoluta de Dora ante su voluntad.

En mayo de 1905, y como de sana costumbre en la familia, se trasladan todos a una casa de campo a disfrutar de unos merecidos días de solaz y descanso en aquel inmueble. Dios le preparaba a nuestra chiquilla, unos de los regalos más bellos con los que la obsequio a lo largo de su vida. Me refiero al famoso “Sueño del jardín”.

Casi al clarear el alba, Dora interrumpe a gritos el sueño de la mamá entrando sin protocolos en su habitación. Con cierta algarabía cuenta a su mamita lo que había soñado.

En sueños, Teodora, o la pequeña Dora como gustemos de llamarla... ve un vasto jardín de lirios, en el que de repente aparece una hermosa mujer iluminada con una hoz de oro en su mano para recoger los lirios. Los va tocando uno por uno. Ellos en señal de reverencia se inclinan ante ella. Finalmente, ya al terminar el labrantío, arranca uno pequeño y se lo estrecha al corazón, desapareciendo luego.

Mamá Pascua explicó con mucha emoción el significado del sueño a Dorita. –Haz visto a la Madre de Jesús. Y las palabras de la madre, no se desmintieron jamás ¡Que de bien pudo comprobarse luego el amor con que la Reina del jardín de Dios la cuidó y mimó hasta llevarla a morir a su Santa Orden del Carmelo!

Dora es susceptible a todo lo natural. Pasa largos ratos meditando entre los arbustos y florales de la casa en la que vive. Un día, desde un ángulo del jardín de casa, contempla a la Santísima Virgen en una rosa bellísima que brota en medio de un rosal bermejo. Ese mismo día exclama con fuerza “Cuando sea grande, seré monja”. Oigamos a Dora: “Era el primer acto de amor que mi pequeño corazón hacia a Jesús y a la Rosa Mística” Estas palabras, serán las primeras de las que pronuncie, que hagan alusión explicita a su vocación.

Ama la soledad y los paisajes bellos… goza con el mar. Gusta de esconderse en los rincones más recónditos del jardín. Allí donde nadie la ve, piensa en Dios, habla con Él. La belleza de lo creado de habla del Creador.

Tus acciones, Señor, son mi alegría,

y mi júbilo, las obras de tus manos.

¡Qué magníficas son tus obras, Señor,

qué profundos tus designios!

Es una niña tímida, pero muy activa. Juega, habla y ríe como las demás. Nada en su niñez de aureolas radiantes, apariciones, curaciones excepcionales y éxtasis. Dios la ha querido conducir por otros caminos más silenciosos. La virtud que la circunda…es la humildad. “La humildad -según la Santa Madre Teresa de Jesús-, ha de ser vivida desde la verdad” En esto radica su grandeza.

En Dora, se “…junta el alma con el Amado en una sencillez y pureza y amor y semejanza”.

¿Que ha de vencerse a sí misma en batalla pujante? ¿Qué tendrá que hacerse fuerza para ser buena hija, excelente alumna, mujer hacendosa y hogareña y santa carmelita? De esto no hay dudas. Ya lo dirá en sus escritos: “La profundidad de las riquezas y de la sabiduría de Dios no se penetra si no pasando por la profundidad de la cruz”

Su clave: abandono ciego en manos de su Jesús. Es el estar no en busca de los consuelos de Dios…sino rebuscando incesantemente, en oscuridad, en aridez, en abandono, también en la alegría al Dios de los consuelos. Dora lo intuye muy prontamente, y hacia ese ideal dirige sus actos, palabras y acciones. Su vida toda, transcurre en una real y clara conciencia de la presencia de Dios muy amante y muy amado. Y para ella eso basta.

2- HACIA SU PRIMER ENCUENTRO CON JESUS

Su formación elemental tiene lugar en el Instituto de las Hijas de Asís en su misma ciudad. Las religiosas, fieles al espíritu de San Francisco, han fundado un colegio en Bari. Allí llega Dora, primero como interna. Luego de un periodo, acaba formando parte del grupo de las seminternas.

Termina su formación académica con tercero elemental. Se le da estupendamente el manejo de las agujas y de los hilos enredados. Borda y cose de maravillas. Todo, gracias al laboratorio que tienen montado para las niñas sus profesoras. Estos conocimientos, le servirán luego para ayudar a la familia en tiempos difíciles de guerra y posguerra. Más tarde, pondrá sus dones en función de la comunidad y del educantado que regentan las Madres Carmelitas Descalzas en vía Rossi.

Aprovecha muy bien el poco tiempo libre que le queda después de cumplir con sus ocupaciones en casa. Aparte, luego de sus clases en el Instituto, ayuda a las religiosas con la instrucción de las niñas. Funciona como colaboradora e instructora.

El 8 de mayo de 1911 hace su primera comunión. Para este evento tan importante, la prepara su “Buena Maestra”, como gustaba llamarle. Se trata de Sor Angelina.

Con esmero, prepara su alma para el encuentro con Jesús-Hostia. Sor Angelina con sencillez, presenta a las niñas la semejanza que existe entre el alma y un píxide. En el corazón, se guarda al Divino Huésped, lo mismo que el píxide. Ese receptáculo, ha de estar limpio y puro, para que el Señor viva feliz en él.

En estos días previos, ese es el único pensamiento y afán de su alma. Ha de esforzarse mucho y largo, para ser ese vaso brillante del que tanto habla Sor Angelina.

Precedida de una larga y escrupulosa preparación para la confesión, primero ensaya la confesión con su maestra de catecismo.

Llega al fin la hora de presentarse ante el ministro del sacramento, para hacer memoria profunda de sus pecados, justo 15 días antes de su comunión. Durante las jornadas que se sucedieron luego, Dora intentará mantener el silencio en lo que puede, siempre que la obligación o la necesidad no la reclamen.

Durante los diez días de ejercicios espirituales que antecedieron al día de su primera comunión, se la ve muchas veces absorta ante el tabernáculo. La noche antes tuvo un sueño importante. No lo cuenta. Sin embargo, se entiende ha soñado con Santa Teresita del Niño Jesús. Esta le asegura que de grande será monja como ella.

Con vestidos blancos y áureos velos entran las comulgantes hasta el altar. Entre ellas se ve también Dora, que salta de la alegría. Recibe la comunión de manos del Señor Obispo. Es tanto el fervor que se transparenta en sus actitudes al recibir por primera vez al Señor, que Monseñor luego de la ceremonia, ya en la sacristía, la besa efusivamente y la felicita.

Desde este día, y salvo los períodos de enfermedad o de veraneo en la casa de campo, no dejará de comulgar ni una sola vez. Como buena católica, se alimenta espiritualmente del Pan del Cielo, que contiene en sí todo deleite. Visitará diariamente en la medida de sus posibilidades y según las circunstancias, el Santísimo Sacramento en las iglesias vecinas.

Salida ya del colegio, una vez concluida su deficiente preparación, ayuda en la casa en todo lo que puede. Pasa largas horas sobre todo en las veladas invernales, cociendo y bordando. Aparta momentos para intimar con Dios, para estarse “muchos ratos a solas con quien sabemos nos ama”. A Nicolás, el más chico, le enseña a tener oración. A las hermanas mayores les ahorra cualquier labor que pueda en lo relacionado a la casa. Hasta atiende algunos pedidos de trabajos de señores que frecuentan la iglesia, y que le entregan ropas para remendar y coser. De esta manera, va aportando su granito de arena en la economía familiar.

A los once años, dora entra a tomar parte activa y responsable en la vida de familia. Se desvive por ayudar en lo que puede a su madre, y acepta gustosamente los pequeños sacrificios que devendrán del nacimiento del último de los hijos del matrimonio, Nicolás.

“En la dura estación de invierno me levantaba antes del alba, siendo mi delicia el dedicarme enteramente a la oración”

Así comenzaba siempre Dora su día entre la oración y el trabajo. Cada día pasado en la familia, esta matizado y guiado por la oración. El trabajo y la oración, son siempre signos de esperanzas, al menos para Dora.

“Como a una bella jornada sigue el ocaso, así mismo ante la venida del Sol Divino, todo cuanto parece imprescindible entre lo terreno pierde su importancia para mi alma”

Es esta la vida que lleva. Mejor, es esta la que elige entre lo que se le permite opcional. Una niña que ve nacer el Sol Divino salir cada día en su firmamento y que trae consigo el antídoto frente al aburrimiento y l monotonía.

En su púdica belleza, Dora rehúsa cuidados exagerados, miradas indiscretas, atenciones especiales. Ama vestir ropa modesta, oscura casi siempre. El azul marino es su preferido a juzgar por la frecuencia con que se repite una y otra vez en su indumentaria personal.

Vive atenta a las necesidades de los trabajadores y operarios de la empresa que administra su familia. En ocasiones se la ve atareada asistiendo a obreros ineptos o faltos de fuerza para el trabajo. Frecuenta las tumbas de trabajadores difuntos para elevar a Dios una oración por sus almas. Se preocupa por que los hijos de los peones frecuenten la Iglesia y se inicien en los sacramentos, tengan con que vestirse y cubrirse del frío. Repite si es necesario, la explicación del evangelio. Gusta velar por las madres, para que comulguen antes del parto. Fija su atención en los pequeños, para que se bauticen cuanto antes. Tiene palabras de paz para todos. Es verdaderamente y haciendo gala de su nombre…un Don de Dios.

Dora por estas fechas es ya una adolescente, delicada y atractiva. No le faltan pretendientes. Hay buenos mozos y de buen nombre, que aspiran a tenerla como esposa. Llega especialmente uno al que Dora tendrá que hacer frente. El hecho, nos lo cuenta Dominica.

Dora, con solo 14 años, ora y pide a Dios le muestre su voluntad. Ya ante el jovenzuelo, promete que se encontrarán al día siguiente en la iglesia de San Cayetano, le pide que se confiese antes, para que al conversar con ella y asistir a la Santa Misa, este en gracia de Dios. Acuden los dos a la cita…el joven cumple con lo acordado. Una vez fuera, Teodora responde con toda madurez y fineza a la insistente propuesta del mozo.

- Soy toda del Señor. Estoy segura de que podría ayudarte más con mi oración

La entendió a la perfección el joven y marchó en paz. Años después, Dominica engarzaba los últimos detalles para su entrada al Carmelo. Antes de entrar en clausura, tuvo a bien ir a despedirse de la familia de aquel jovenzuelo que años antes importunara a Dora para proponerle matrimonio.

El chico, al ver la oportunidad que se le presentaba, decidió pedirle a Dominica un último favor. Quería hacer llegar a Dora unas palabras de su parte. - Di a tu hermana, que su ayuda y oración me han hecho más bien que su compañía.

Pasa el tiempo y Dora, crece en “estatura y gracia, para con Dios y los hombres”. Se siente cada día más llena de Él, sabe que vive en su presencia día y noche. No escatima esfuerzos la mozuela para agradar a su Jesús. Sabe y tiene muy aprendido lo que dijera Nuestra Santa Madre en las Moradas quintas: “…con simpleza de corazón y humildad servir a su Majestad y alabarle por todas sus maravillas”

Su generosidad y fidelidad en la entrega, va mucho más allá del marco propiamente personal. Trasciende los límites de una santidad para sí misma o egoísta. Se nota en ella, como una constante, la preocupación responsable por la salvación de las almas. Su pensamiento es extensivo, abarca a todos los que están en Dios y los que viven sin conocerle. Su corazón, existe siempre en un invariable ofrecimiento por el bien de los mortales, de los pecadores…de la Iglesia. Quiere a toda costa conducir las criaturas a su Criador.

En 1915 comienza la guerra en Italia. Las dificultades de todo tipo, incluyendo pobreza de todas las tipologías y situación económica precaria no se hizo esperar. Por supuesto que la familia
Fracasso-Cianci también fue alcanzada por las condiciones del entorno. En buen gracejo podríamos decir, que también le tocó su ramajazo.

Dora ha de esperar casi cuatro años para realizar su consagración total a Dios en la vida religiosa. Su ideal de salvar almas por la oración y el sacrificio en el Carmelo, sufrirá la prueba de la paciencia y la espera. Vocación probada, vocación asegurada. Sobrevinieron contratiempos y alta marea… Dora tranquila, como quien ve que en medio de la tormenta se acerca a puerto seguro. Sabe muy bien que el que la llamó, llevará la buena obra comenzada a feliz término.

Terminará sus días en este fondeadero de paz que es el Carmelo. Teodora, de seguro recordará muchas veces ya monja, lo que una vez dijera su Santa Fundadora “Esta casa es un cielo, si lo puede haber en la tierra, para los que se contentan de solo contentar a Dios y no hace caso de contento suyo.”

En tanto, mientras permanece en el mundo, ora por los soldados, vela, hace penitencia…se ofrece por las necesidades que le llegan de todo sitio. Tiene tanto que hacer, que rezar: sus padres y hermanos, su Italia, su ideal… las almas. Vigila con su inmolación silenciosa por todos los confiados a su cuidado, comprometiéndose desde entonces su salud notoriamente. Se la ve arreglada con frecuencia y puntualidad para asistir a la Bendición Eucarística en la cercana Iglesia de San Francisco. Por estar muy cerca el templo de la comisaría militar, es frecuentado por soldados que parten por Italia a la guerra. Procura Dora llevarles libros de oraciones, imágenes y medallas para que se las lleven. De esta forma, trata de transportar la fe a las trincheras de batallas… ¿Cuantos de aquellos pobres hombres que allí perdieron sus vidas, no regalarían su ultima mirada al Sagrado Corazón, o besarían por postrera vez en este mundo su Santo Escapulario gracias a la labor escondida de Dora? Eso solo Dios lo sabe. Ella por el momento, “Echa su pan sobre las aguas…”

Entra a formar parte en la asociación de la Beata Imelda Lambertini, dominica con una acendrada piedad eucarística; pasará enseguida a la "Milicia Angélica" de san Tomás de Aquino. Reunía periódicamente a las amigas en la habitación de la casa para hacer meditación y orar juntas, para poder leer y meditar la Sagrada escritura, y especialmente los Evangelio, las Máximas Eternas, la Imitación de Cristo, los 15 sábados de la Virgen, las vidas de los santos y sobre todo la autobiografía de santa Teresa del Niño Jesús.

Bajo el consejo del P. Pedro Fiorillo, O.P., su director espiritual, obtiene el permiso para ser admitida en las Terciarias Dominicas, en la cual, admitida como novicia el 20 de abril de 1914 con el nombre de Inés, hizo la profesión el 14 de mayo de 1915. Gozo de una dispensa especial por su joven edad.

Su sueño sin embargo, es el Carmelo. Por el momento, no tiene contacto con ninguno. Con motivo de asesoría escribe a Roma solicitando información para encontrar algún monasterio de Carmelitas Descalzas. Se enterará más tarde, que existía un Carmelo en Bari dedicado a San José. Dicho sea de paso, uno de los más antiguos de la Reforma Teresiana en tierras italianas. Su fundación, según las crónicas, data de entre 1646 y 1647.

Dora, reúne en torno suyo a un grupito de amigas que, fascinadas por su espiritualidad se unen llegando a ser una sola alma con ella. De aquella tropa saldrán, cuatro carmelitas descalzas. Elías de San Clemente (nuestra biografiada), su hermana Dominica que tomaría el nombre de Sor Celina, y dos de sus amigas.

A pesar de la dulzura y dones naturales que la adornan, de su trato afable y delicado, Dora, tiene un carácter fuerte y una resolución firme. Sabe poner tildes y comas donde es necesario. No admite blasfemias contra Dios y su Santísima Madre. El celo por la honra de su Dios la devora…vive haciendo actos el lema del profeta del fuego: “Ardo de celos por la gloria del Señor Dios de los ejércitos”.

Cuentan que en una ocasión, reprochó fuertemente a un comerciante huésped de la familia por unas palabrotas en contra de la Virgen. Heredera era antes de entrar en clausura, del espíritu eliano en el que se inspira la Orden del Carmelo. Su máxima: Morir si fuera necesario por la gloria de Dios.

A los 15 años se dedica a dar catecismo a los adultos que están interesados en prepararse para tomar los sacramentos. Trabaja arduamente en la conversión de un primo universitario reacio a la fe. Este, entrará de algún modo a formar parte de la pequeña comunidad de sus amigos… de esos camaradas inseparables de Dora, que en vaivén de flujo y reflujo, se alimentarán de su doctrina y se edificarán con su ejemplo y santidad.

Al fin en 1918, termina la fatídica guerra, que tanto sufrimiento y miseria había costado a las familias italianas. Al fin puede sentirse un clima de mayor tranquilidad y paz para todos, se respirará desde entonces un aire más puro.

3- SERAS CARMELITA

Cierto incidente, pondrá a pensar a la joven con respecto al rumbo concreto que ha de dar a su vida. Para sorpresa suya, un doctor y sacerdote dominico, viene a impartir unas conferencias a las mujeres de la Acción Católica. Luego del encuentro, en el que Dora también participaba, al tocarle su turno para preguntar y saludar al padre y mientras besaba su mano, este se apresura a decirle:

- Señorita usted será carmelita descalza.

- ¿Como lo sabe Padre?

-En los ojos le veo la vocación. Mi buena hija, déle todo al Señor.

Antes de que ocurriese esto, Dora en un sueño, había conocido anticipadamente cual era la voluntad de Dios para su vida. Había visto a una joven monja, que se presentaba como la Hermana Teresa del Niño Jesús, llamándola Sor Elías y profetizándole una muerte a corta edad.

Dora por fin decide compartir con sus padres lo que siente y le quema dentro. Primero lo hará con mamá Pascua… y esta a su vez, se encargará de preparar a José su esposo para la buena nueva. La respuesta del padre al dar su beneplácito fue tajante: “… yo me siento honrado con tu decisión y con tu valor de hacerte monja de clausura, pero si es fuera de Bari, no daré el consentimiento.”
4- EN EL UMBRAL DE LA CASA DE DIOS

Tras la guerra, marcada por el fatídico y ya conocido anticlericalismo, en 1919, vuelve a Bari el padre Sergio de Joya, de la Compañía de Jesús. Fue precisamente Sor Angelina, su maestra en las Hijas de Asís, la que guió a Dora y a su amiga Clara hasta el sacerdote jesuita.

Según nos cuenta su amiga Clara, Dora le cuenta un sueño que ha tenido justo la noche antes de conversar con el Padre. Tal como lo contó sucedió así. La tarde caía mientras ella rezaba de rodillas en su cuarto ante una imagen del Crucificado. Pasó el tiempo y calló rendida por el cansancio. En el sueño vio a un ángel descender del cielo. Este la tomaba de un brazo mientras se elevaba hacia el lugar de donde procedía, Dora le pedía que regresara por su amiga Clara. El ángel hizo caso a la petición de la joven y regresó por su compañera. Podemos nosotros preguntarnos… ¿Sería acaso este cielo el Carmelo?

Acto seguido ambas jóvenes se dirigen hacia la iglesia de Jesús, donde ejercía la pastoral el mencionado sacerdote. Se lo encontraron confesando a otra Señor y ambas aguardan su turno. Se adelantó al confesionario Dora. Súbito interrumpe el Padre la confesión de la chica mientras le asegura que al entrar ambas en la Iglesia, sabía que venían a conversar con él.

Las anima a volver más tarde y así dialogar acerca del motivo de su visita, púes tenía que ir a recitar las horas canónicas.

Aquel tiempo de espera mientras terminaba el padre sus obligaciones, se les hizo muy largo. Luego desde el altar mayor hace seña de salir fuera.

“El Señor tiene sobre vosotras sus propios designios. Seréis esposas de Jesús: Hermanas de clausura. ¡Y será pronto!” Estas fueron las primeras palabras del sacerdote dirigidas a las chicas.

Dora se anima a contar el sueño que ha tenido la noche anterior. Al oírla el Padre responde efusivamente con un: “Ese ángel soy yo que viene a conducirlas al monasterio. ¿A cual de las órdenes quieren pertenecer?... Rueguen para que en esto Dios manifieste su voluntad”

Aquel primer encuentro y la respuesta segura del sacerdote, pudo hacer pensar a las chicas en una solución inmediata. Pero se limitó hablarles de la vocación. Sin embargo, contra la impresión de las jovenzuelas no rumió entonces una solución inmediata, sino que les propuso un año de intensa oración y búsqueda incesante de lo Dios quisiera para sus vidas. Mientras él, establecía contactos con las Carmelitas Descalzas que habitaban el monasterio de vía Rossi, monasterio que además era de nueva hechura, levantado cerca de la estación ferroviaria de la ciudad.

Concluido el año de prueba, les aconseja escriban a las Madres. Es Dora la que sale al encuentro de la idea propuesta y comenta sino es mejor solución el presentarse personalmente en el monasterio en compañía del Padre.

Así que el trío surcó junto por vez primera la vía Rossi. El padre presidía la comitiva, mientras Dora y Clara le seguía a respetuosa distancia.

El Padre Joya las describe ante la superiora como hijas perfectas, ideales para el Carmelo. Ambas irradiaban felicidad. A Dora se le veía como en un mundo de fantasía que se hacia realidad ante sus ojos. Su sueño al fin comenzaba a volverse verdad. De vuelta a casa, dice a su hermana Dominica: “He encontrado la casa donde podré recibir tantas gracias del Señor y sobre todo hacerme santa”

El Carmelo de via Rossi, un recuento desde la historia

Es tiempo ya, que comencemos hablar algo acerca del Camelo de San José, donde Dora terminará sus días como carmelita.

El caminante que incursione por el barrio de san Nicolás de Bari, puede sorprenderse al encontrar dos calles con el mismo nombre: calle de Santa Teresa de las mujeres y calle de Santa Teresa de las mujeres, y es que en el mismo espacio, sin mucha separación material una de otra, vivían dos comunidades teresianas. La una de frailes y la otra de monjas, siendo ambas iglesias dedicadas a Santa Teresa de Ávila fundadora del Carmelo Descalzo. Construida la de los frailes en 1630 y la de las monjas en 1647. Hoy no habitan ni los frailes ni las monjas aquellas antiguas construcciones, quedan solo las calles y los templos.

El aspecto, era el primitivo estilo sobrio y austero de todos los monasterios teresianos, esbelto y mirando hacia el mar. Las monjas gustaban de llamarle la cuna de la orden, haciendo alusión al promontorio del Carmelo. Así desde la clausura, las monjas podían pedir por los tripulantes de los navíos y encomendarlos a la Reina de los mares.

Las Carmelitas Descalzas, habían arribado a Bari en 1646, por mandato del príncipe Benedicto D´Angells, varón de Bitetto y Carbonara quien se encargó de las construcción del monasterio.

No fue correctamente proyectada la construcción y cuando las monjas llegaron de Nápoles, se encontraron un Carmelo semi-construido, con muchas deficiencias que hacían difícil la vida para una comunidad teresiana. Al final y con la ayuda del príncipe, las dificultades se solucionaron.

La fundadora y primera superiora fue la Madre Francisca Teresa de Jesús y María, en el siglo: Princesa Juana de Morra de Nápoles, llega a Bari en la noche del 10 de abril de 1646 con dos compañeras. Ocho días después, seis jóvenes de nobles familias y provenientes de diferentes ciudades del Reino de Nápoles ingresaban al monasterio tomando el hábito carmelitano.

La fama de santidad de las monjas crecía y se hacia ecos no solo en la ciudad sino en todo el reino. A lo largo de los dos siglos que le sucedieron, no hizo sino incrementarse esta fama, tomando como criterios del juicio sus vidas recogidas, su pobreza y amor por los más desfavorecidos. Otros nombres enriquecían la ya larga lista de religiosas virtuosas al estilo de la santa de Ávila.

Todo transcurría normal en el convento de Bari, hasta que se presentó ante la Madre Priora el barón D´Anibal Moles de Turi con una singular propuesta.

El barón tenía dos hijas: Ángela de diez años y Laura de ocho. ¿No las podía recibir la Madre en el monasterio como estudiantes?

La priora, Eufrasia del Niño Jesús, una contemplativa auténtica según la mejor tradición teresiana. Como mujer de fe, interpeló al Señor en la oración, Él debía dar las luces para la toma de decisiones. De la respuesta podían derivar consecuencias que traerían su repercusión sobre la vida de su comunidad.

La respuesta no se hace esperar y como otra Santa Teresa en la fundación de San José, recurre al Santo Padre Clemente XI que con decreto del 12 de septiembre de 1710, concede al monasterio de San José y Santa Teresa de Bari el poder de admitir educandas sin infringir la clausura papal. Dicho sea que las dos chicuelas fueron admitidas entre las monjas y comenzó así una tradición en la sociedad baresa de traer a sus hijas a la casa de Teresa. No pocas fueron las religiosas insignes que salieron de esta educación.

La vida del monasterio transcurre en plena paz, hasta la mitad del siglo XIX, cuando con la unidad de Italia bajo el signo del anticlericalismo y la masonería amenazan con caldear los ánimos del país y especialmente de la iglesia. Al monasterio de Santa Teresa se le prohíbe recibir novicias, confinándolo así a una muerte natural por falta de relevo.

En 1868 fueron admitidas en el monasterio dos jóvenes de ilustres familias. Algelina Lamberti y Josefina Gabriela. Es importante detenernos un poco en la vida de estas dos religiosas, por todo el influjo de influencias que tuvieron sobre Elías. Además de fundadoras se dedicaron a la formación reglar y noviciado del nuevo monasterio.

Angelina, era natural de Bari. Fue la primera de cuatro hermanos e hija de Fernando Lamberte y Brígida Abruzzese. Uno de sus hermanos, Antonio, será luego obispo de Conversano. A los ocho años sueña con transformarse en mariposa, para descansar en las florecillas labradas en la puertecita del sagrario.

Estando una vez en la iglesia de las Carmelitas Descalzas del primitivo monasterio de Santa Teresa siente en su interior una voz que le susurra al corazón: “Aquí vivirás y me amarás”. Desde aquel día, nunca más la abandono esa voz, que poco a poco se hacia exigencia, mientras ella daba siempre la misma y taxativa respuesta: “Sí, sí, lo he comprendido, seré monja”

Entró como educanda al monasterio el 10 de enero de 1868. Sus padres no lo sabía, pero de esta forma quería ella prepararse a fin de dar una respuesta definitiva y llevar a cabo su vocación.

Fue encargada al cuidado de la Hermana María Rosa, una religiosa anciana que vivía con mucho dolor el drama de su comunidad en extinción: “Nosotras vemos como declina nuestra querida comunidad (decía la anciana monja), y como se va perdiendo la vida florida de otros tiempos Hay que pedir con insistencia al nuestro buen Padre San José a fin de que no se apague la vida en este Carmelo.”

Cuando entró la Hermana María Rosa al Carmelo, era una niña de trece años, casi la misma edad de Angelina. Por otro lado, Josefina Gabriela, era hija de uno de los abogados más emblemáticos de la alta sociedad de Bari. Las palabras de aquella anciana religiosa, en el ocaso ya de su vida de entrega, se transformaron en una señal y un reclamo al cielo. La plegaria humilde de aquella mujer, fue escuchada con benevolencia por Dios, y el 10 de abril de aquel mismo año, llegaba la pequeña Josefina para adquirir formación en el Carmelo.

Josefina era una hija fuera de lo común, muy viva y alegre. Gustaba deleitarse en todo lo bueno que pudiera brindarle la vida. Se recreaba en la música, la lectura y era muy admirada en el ambiente de la Castellana, donde la familia residía. De pequeñita pedía a la Virgen la llevara pronto a su lado, púes le hablaban de un paraíso junto a Jesús y María, entonces no le daba el más mínimo temor la muerte.

Permaneció en el monasterio de Santa Teresa poco más de un año, durante el cual hizo buena y estrecha amistad con Angelina. Pero sus padres, determinaron que la chica debía segur su formación literaria y la encargaron al cuidado de un insigne latinista, el tío Andrés, al que en Bari le llamaban “El maestro”.

Así fue que las dos jovencitas se separaron en el espacio y el tiempo, pero no en los deseos De alguna forma el divino alfarero moldeaba el légamo a fin de que se juntarán más adelante para nunca más separarse y así dar respuesta eterna la llamada.

La familia de Angelina no se resigna a perderla tan jovencita, pero esta decide permanecer en el monasterio. Sin embargo Josefina, ha de seguir por algún tiempo en el mundo, inmensa en las fiestas y amistades propias de su clase. No obstante, Santa Teresa quería estas dos almas para engrosar las filas de su descalces.

El 14 de marzo de 1876, viendo su familia la resistencia de la chica y signos de verdadera vocación, Angelina toma el hábito de la Virgen Santísima, a puertas cerradas, en presencia de pocos amigos y de los padres. Le pusieron el nombre de Hermana Angélica de la Sagrada Familia.

Josefina entretanto, no descansa, y siente fuertemente la llamada de Dios que la apremia para que se consagre a Él en el Carmelo Teresiano. La lucha en su interior duró once años. Al fin, el 8 de junio de 1881 retorna al monasterio de Santa Teresa con la firme decisión de no abandonarlo nunca más. Se le llamó en religión, Hermana María Magdalena de Jesús Nazareno. Las dos amigas que un día por cosas de la vida, habían tenido que separarse, no lo hicieron nunca más, y juntas caminaron la vía angosta que el Maestro había trazado para ellas.

Como es de suponer, la presencia de dos jóvenes religiosas en el monasterio, tuvo que mantenerse escondida por varios años. Pero un día de junio del año 1888, golpean duramente las puertas de la clausura y destierran de sus muros a las dos neoprofesas.

En lo que podían, ambas seguían la vida de observancia como en el Carmelo. Dios les pedía entonces la fundación de un nuevo palomar de la Virgen: El Carmelo de San José.

No tenían ni un duro para realizar la fundación y restaurar la vida de observancia en aquella querida ciudad. Tomaron al querido patriarca como Padre y administrador de la fundación, y bien que se vio su ayuda en lo adelante en todo tipo de temas y situaciones, tanto espirituales como materiales.

En la plaza de Jesús, pronto encontraron una casa, pero con el tiempo se hizo pequeña para aceptar las vocaciones que entraban y se vieron obligadas a buscar, hasta conseguir un terreno, cerca de la estación de ferrocarriles, en una zona muy elevada de la ciudad.

El Arzobispo de Bari les sugiere anexen un educantado. Así, para el populacho desenfrenado y hostil a la Iglesia y sus monasterios, aquello no será un monasterio de clausura, sino una obra social.

El monasterio fue erigido en poco tiempo. Algo más de tres años tardó la obra y todo con los fondos que procuraba San José y que eran administrados sabiamente por las monjas.

El educantado como sabemos, constituía un problema constitucional al interno del monasterio y de la Orden del Carmelo Descalzo. Las Madres sufrían mucho, pero era necesario, al menos por un tiempo hasta que se clamaran los ánimos y existiera la paz verdadera en Italia.

Después de mucha oración por parte de la joven comunidad y de los consejos de familiares y amigos, el educantado abrió sus puertas. Pronto se cubrieron las plazas. Lo más selecto de la sociedad baresa mandaba a sus hijas a ser instruidas por las carmelitas. Optaban por el titulo de “Escuela media” además de instruírseles en música y bordado.

El Prepósito General de los Carmelitas vio con buenos ojos el educantado, y lo favoreció dada la necesidad de su existencia. Ve en el nuevo monasterio la voluntad divina y lo reconoce como verdadero y legitimo, como parte real y oficial de la orden. Este nido de almas que debían amar con locura a Dios, nació el mismo año que Dora.

5- DE VUELTA AL TEMA

Por ese tiempo, lee “Historia de un Alma”, relato autobiográfico de Santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz, quedando muy impresionada con su doctrina. Dios irá descubriéndole poco a poco, cual será su misión dentro del Carmelo. Dora, recorrerá confiada y abandonada en su Creador, el Caminito de la Infancia Espiritual propuesto por la florecilla de Lisieux.

En diciembre de 1919, cerca de la fiesta de Navidad, se efectúa el primer contacto de Dora con el Monasterio de San José de vía Rossi. Las dos aspirantes y el padre Joya con ellas, son recibidas en el locutorio del educantado, por la Madre, la directora del educantado, la Hermana Clementina y otras monjas.

El Padre presenta a las dos mozuelas, y luego con algo de picardía llama aparte a H. Clementina sugiriendo estas palabras bajito: “Escrútela bien y hágame luego saber sus impresiones.”

Mientras los demás se deleitaban con el pesebre, la religiosa, puesta a sobre aviso por el jesuita, se aparta un poco con Dora:

¿Es verdad que quieres ser nuestra hermana?

-¿Como no? Si me aceptan. ¡Es tan bello el Carmelo!... Estoy leyendo ahora a Teresa del Niño Jesús y me ha hecho enamorarme.

Pero el Carmelo también es sacrificio, humillación y escondimiento del mundo…

-Si, pero todo esto se pasa si hay amor. ¿No es esto lo más bello? Jesús me está preparando para esto y estoy plenamente convencida de que me dará la fuerza.

La conversación siguió, pero Clara y las demás hermanas se acercaban y hubo que suspenderla.

La Madre, luego del escrutinio silencioso y necesario en aquellos años de posguerra… y abogando por la discreción en el discernimientos de las aspirantes, pudo hacerse una idea de lo que buscaba aquella pequeña alma en el Carmelo. Aquel encuentro siguieron varios en los primeros meses de 1920.

-Cuando se entra al Carmelo se renuncia a todo, incluso a querer saber que será de la propia existencia. Dios a través de las superioras y maestras va guiando el alma a donde y como quiere.

Dora con 19 años… ¿Qué mundo había conocido? Nacida en Bari, criada en via Piccini. No conocía otro mundo sino aquel panorama que brindaba su ciudad, el mundo de la gente sencilla y pobre. Se había centralizado todo alrededor de ella, su familia, su escuela de bordado con las hermanas de Asís, la iglesia de San Francisco. Todo era modestia. Estaba acostumbrada a ver a las personas y vecinos dirigirse muy temprano de mañana a la iglesia más cercana para particular en el sacrifico de la Misa, a las terciarias dominicas y a soldados que antes pedían su bendición y se encomendaban a la Virgen.

No se lee en sus escritos ninguna alusión a que saliera de viaje hiciera algún desplazamiento lejano de su ciudad natal. Su éxodo más largo fue la casa de campaña en vía Carbonara.

Escuchemos a Olga Marroccolo que se encontraba en el educantado del monasterio cuando Dora entró como postulante: Después de las vacaciones de Pascua, al regresar al monasterio desde casa, me enteré de aque había dos nuevas postulantas. Participamos en el día de la vestición y me llamó la atención el rostro luminoso y la mirada alegre de Dora.

Pasaron dos años de este acontecimiento y ahora Teodora, ya Elías de san Clemente, habla con Olga como instructora. Un día la pequeña pregunta a su maestra cual ha sido su viaje de despedida antes de entrar al Carmelo:

- No he hecho ningún viaje.

Y eso no te disgusta

- Estoy plenamente convencida y contenta de haber conocido antes a Dios, Él es mi mundo.

El discurso deviene en charla acerca de la vocación:

Hermana Elías… ¿Qué es la vocación?

- ¡Ha! Yo no se que es la vocación. Yo solo escuche que el Señor me llamaba y yo respondí sin pensar más nada.

- ¿Y yo podré tener vocación y volverme monja?

No, tu serás una buena madre de familia, no serías una buena monja.

- Pero haz dicho que es el Señor quien da las fuerzas para corresponder a ese amor. ¿Porque no podría yo ser una buena religiosa?

¿Haz sentido desde pequeña que el Señor te llama a esta vida? Yo desde chica, sabía que el me quería para Él, y siempre demandé su fuerza para mantenerme en este camino.

Y si volvieses a nacer, ¿Serías de nuevo religiosa? ¿No te gustaría como la mayoría de las jovencitas conocer más el mundo?

-Si volviera a nacer (Responde con firmeza Elías) me haría monja antes de la edad con la que he entrado. Mi mundo, mi cielo, mi mar, mis flores… son Dios que es mi todo.

Para Dora, el Carmelo no devenía fin en sí mismo. Era un medio, una escuela de santificación… lo que le interesaba en realidad, era pertenecer plenamente a Dios…ser toda del Señor. Poseía una idea madura de la vida religiosa. No eran simples vientos juveniles, su existencia y vida se encargaran de corroborarlo. Sentía profundos deseos de ser de Dios… sin criaturas de por medio.

“Señor, tu sabes porque vine al Carmelo, cual fue mi único ideal. Te ruego, realices este ardiente deseo que haz puesto en mí.

Quiero hacerme santa, una gran santa: por esto escapé del mundo en el amanecer de mi vida. Estoy en el Carmelo… para enriquecer la Iglesia de muchos sacerdotes con mi oculto sacrificio.

Estoy aquí para rogar por los pecadores lejanos del buen Dios: por los que sufren y por mis hermanos misioneros, por esto te he consagrado toda mi vida.

Más esto no basta. Vine al Carmelo para sepultarme, para vivir escondida en Dios, olvidada de todos, incluso de mi misma. Este deseo de eclipsarme de toda mirada humana no es menos fuerte que mi vocación de carmelita descalza”

La fecha de ingreso, estaba fijada para el 8 de abril de 1920, Fiesta de la Pascua. Antes de entrar, a Dora le crece una idea por dentro. Prepara junto a su amiga Clara Bellomo, un retiro de 10 días con ejercicios espirituales incluidos. Esta Clara, entrará juntamente con ella al mismo Monasterio del Glorioso San José. Es ella la que redacta el programa: oración, silencio, sacrificio y también recreación, misa diaria en la iglesia de los jesuitas. De esta forma, trascurrirán esos días de cielo, previos a su entrada en el palomarcito teresiano de via Rossi.

6- EL POSTULANTADO
La joven que pretende vivir la vida del Carmelo, ha de pasar antes una experiencia larga de seis meses como mínimo. A esta experiencia en clausura se le llama postulantado. En este periodo, el Carmelo se vuelve medida para la joven y comprueba, con todas las exigencias que se van adquiriendo de manera gradual desde los primeros días, si ese remanso de paz es el lugar donde Dios la quiere para siempre.

La Madre M Magdalena de Jesús Nazareno en el tiempo que tocó vivir a Elías era la maestra del noviciado que como recordaremos, se aventuró a fundar el dicho monasterio de San José con la Madre Angélica de la Sagrada Familia. Ambas educandas del antiguo monasterio de Carmelitas Descalzas de Santa Teresa.

Madre Magdalena era una educadora nata. Poseía muchos dones y carismas humanos y provenientes de la gracia. Se había iniciado como maestra en el antiguo monasterio de Santa Teresa y vuelto a retomar cuando hubo regresado del refugio y exclaustración obligatoria en Modugno y comenzado a vivir la vida de carmelita en comunidad en la pequeña casa de la plaza de Jesús.

Era inteligente, con corazón de madre, delicadeza de sentimientos, auténtico espíritu carmelitano con la impronta de las enseñanzas de los grandes santos del Carmelo, fidelidad al fin de la Orden y espíritu de sacrificio.

Al fin, llega el día. El jueves después de Pascua, 8 de abril de 1920 es la fecha concertada. La impresionante puerta reglar se cierra tras las espaldas de las dos postulantes que comienzan el santo viaje cuesta arriba, a la subida del Monte Carmelo.

La escena sugiere muchas cosas de por si aunque Dora, no nos haya dejado nada escrito. A pesar de esto, es de fácil reconstrucción si hacemos manos de las costumbres y el ceremonial de la época.

Dentro las espera la comunidad. Las voces jubilosas de las monjas pudieran confundirse con la de los ángeles. Cantan, mientras les dan a besar la cruz. Sencillísimamente, como queda relatado, comienza a vivir Dora en la casa de la Virgen Santísima. Saluda a cada una de las hermanas mientras quedan en medio de todas como en un corro.

Quien quedaba destrozada y sumida en llanto y dolor era su madre, mamá Pascua. La priora trataba en todo de aliviarle el dolor y confortarla en estos momentos difíciles. Incluso llegó a proponerle que volviera a la tarde junto a la familia. Y mamá Pascua esa misma tarde volvía al Carmelo, pero Dora no se presentó en el locutorio. Pero Dora no se presentó al locutorio y mandó un recado a su familia disculpándose, pero había abrazado la vida monástica y quería cumplir fielmente la Regla.

“¡Oh Carmelo santo, oh santa Religión, yo toda me consagro a ti. ¡Cuánto me gusta tu soledad!

¡Oh Señor, cuanto he anhelado ardientemente este lugar de paz; aquí he venido para hacerme santa, para rogar por la Iglesia, y sobretodo para ser olvidada.

¡Que dulce es ver por primera vez la celda, soñada e imaginada tantas veces… ahora es una dulce realidad!... Jesús, Jesús, ¿Cómo decir esto que pasa en el corazón?

He encontrado todo aquello que buscaba. El Carmelo es tal y como le imaginaba. Quiero desatar mi canto de agradecimiento infinito. En el silencio te cantaré mi amor.”

Ya desde el Carmelo, escribe un emocionado adiós a la casa, a los familiares… a todo lo que la rodeaba. Eran tantas cosas llenas de sentido personal.

“Adiós casa mía, nido de paz y amor, dulce santuario de fe y de virtud, te dejo por mi Dios. Señor, he oído tu voz, vuelo al Carmelo.

Adiós mamá querida, perfumada de toda virtud, esplendida de ejemplo tu fuiste mi luz… custodia de mi corazón…te dejo solo por mi Dios.

Papá de mi corazón adiós, adiós, te dejo porque Jesús me llama, y estoy feliz de poder sacrificar por Él, el gran amor que por ti tengo. Tú que siempre me comprendes y tanto me amas, me ofreces al Señor… Adiós hermanos, adiós casa natal…adiós para siempre a todos y a todo.

Tengo sed de silencio de paz y de oración, tengo sed de olvido, de partir y de amar ardientemente, vuelo al Carmelo para apagar la sed, esta ardiente sed que me devora.”

Su propósito de oración, será acompañar a Jesús en Getsemaní, en la crucifixión, en el tabernáculo: deseosa siempre de inmolarse por amor.

Han de transcurrir al menos seis meses antes de la toma de hábito y comienzo del noviciado. Mas, la prueba más fuerte que ha de superar nuestra postulante, sin restar importancia al proceso de asimilación de usos, claustros, trato fraterno, costumbres, vida externa de carmelita… irá más allá. La experiencia purificante e iluminadora que vive Dora en los comienzos de su vida religiosa, es prueba interior del alma con Dios. Jesús la escoge como víctima de expiación por los pecados del mundo. La ha mirado con ternura el Divino Crucificado. La observaba ya mientras realizaba sus tareas domesticas en vía Piccini. Ahora Dora ha de ser generosa con su Señor. Y lo será.

Las hermanas las reciben muy contentas, todas aguardan con expectativas a las dos mozuelas que se han dado del todo a Dios y quieren consagrarse a Él en la Orden de la Virgen. Sin embargo, pese al recibimiento tan sentido, Jesús quiere que su corderita, incursione por los caminos de la cruz. Este es el regalo que le hace, casi desde el comienzo de sus días en el Carmelo. ¡Buen regalo resulta la cruz, para la esposa de un crucificado! Ya lo diría Ntro. Santo Padre San Juan de la Cruz: “Para entrar en las riquezas de su sabiduría, la puerta es la cruz” (C. 36, 13)

La Maestra de Novicias, Madre M. Magdalena Gabriela, cofundadora del Carmelo con Madre Angélica Lamberte, había comenzado a ejercer el cargo en el antiguo monasterio de Santa Teresa, antes de construir este nuevo de San José. Era mujer sabia, amante hasta el extremo de todo lo carmelitano, corazón de madre, inteligente, fiel a la doctrina de Santa Teresa y de San Juan de la Cruz.

El postulantado de Dora fue de mucho fervor, pero también de grandes dificultades interiores, de aridez, de tentaciones. Sabía a las claras que debía cargar con su cruz, más no alcanzaba a descubrir las dimensiones del madero que le reservaba el Señor. Pasábansele los días, dando gracias a Dios por el llamado que le había hecho a religión: “Que felicidad verme en este lugar bendito” –exclamaba.

“Durante el tiempo de mi postulantado, era feliz de darme sin reservas a Él, esforzándome, o mejor, dejándome hojear gozosamente por Jesús mismo. Así pasaba mis primeros días en el Carmelo. Mas en este estado de tanta quietud, en mi pobre corazón y en sus íntimas fibras, el dulce Nazareno suscitaba un deseo ardiente de eclipsarme a la mirada de las criaturas y vivir así, escondida en Él.”.

No todo fue color rosa para Dora en estos primeros meses. Como habíamos dicho, le asaltan tentaciones con frecuencia, el demonio la molesta. No obstante, lo disimula muy bien la postulanta.

Por obediencia y a manera de desaguadero, hace partícipe de su “noche oscura” a Madre Magdalena. Toma en serio el consejo de Santa Teresa en el capítulo decimoséptimo de las Moradas: “…para la quietud de las súbditas sería gran cosa la simplicidad de la perfecta obediencia”. Su noche entonces conocerá oscuridades impensables, recrudecida con incertidumbres e incomprensiones.

Le vienen a la cabeza, sobre todo durante la oración, pensamientos horribles: He errado en la vocación, es un engaño el haber entrado al Carmelo, la vida del Carmelo no es para mi alma, es inútil persistir en el error. El creer no estar haciendo la voluntad de Dios era su mayor sufrimiento.

Existía en Dora un conflicto evidente. Por un lado, repugnancia por la vida religiosa, la oración, la soledad; por otro, sus ideales, aquellos que tanto la habían hecho vibrar en otro tiempo, y que en lo más profundo de su ser sostenían su vocación y permanencia en aquel monasterio.

La obra purificadora de la gracia, trabajaba en lo más oculto. Por fuera, no se notaba nada. Una más entre todas las de la comunidad. La ven participar en los actos litúrgicos y comunitarios, canta con celo el Oficio Divino absorta en las alabanzas a Dios. Cuando el tiempo lo permite y según los usos del convento, borda cuidadosamente en la estrechez de su celda, se entrega a la lectura meditada de los libros de San Juan de la Cruz. Pero el conflicto sigue ahí. La procesión va por dentro.

Se duda entonces si debe o no votar a favor de su toma de hábito. Entre la Priora y la Maestra, se entabla una dicotomía de criterios. Consultan al Padre General, quien pide a su vez, se tenga en cuenta la opinión del ángel asignado a la hermanita desde su entrada en religión.

Para dar una idea, el ángel en el Carmelo es una hermana, casi siempre de las más jóvenes, que se determina para cada postulante, a fin de que la instruya en los usos y costumbres de la Orden. En este caso, Hermana Maria Enmanuela.

Esta, emitió un juicio favorable, pues además de conocerla, la había ayudado mucho durante los primeros meses: “Madre Nuestra, dé el santo hábito a Teodora, porque le dará harta consolación. Verá lo santa religiosa que se volverá su alma”

Esto bastó. En ocasión del siguiente capitulo conventual, Teodora fue presentada a la comunidad para la recepción del hábito de la Virgen, siendo aceptada por unanimidad de votos. En la negrura más atroz, anduvo Dora a vestir la librea del Carmen.

“Te seguiré adonde quiera, y para reposar no busco más, que tu cruz, la sombra del Getsemaní o la del tabernáculo” Esto escribió, y anduvo por esos caminos inescrutables del Espíritu en busca del amado, sin hacer caso ni a diestra ni a siniestra. El móvil de su alma era una constante: Jesús.
7- VESTIDA COMO LA SANTÍSIMA VIRGEN

La toma de hábito, es una fiesta especial en el Carmelo. Toda la comunidad, acompaña ese día de manera especial a la que vestirá por vez primera el vestido de la Reina del Cielo. Era costumbre en aquel tiempo, tener la ceremonia al interno de la clausura. A pesar de lo privado de la ceremonia, no dejaba por esto de ser solemne y muy sentida.

Para toda carmelita descalza, su toma de hábito, marca el momento de comienzo del noviciado, periodo especialmente dedicado a profundizar en la Regla y las Constituciones de la Orden. Durante este periodo, beben las novicias, en las fuentes de la Sagrada Escritura y la más pura tradición de la Iglesia. Esta pedagogía tan teresiana, había sido prescrita ya por la Santa Fundadora, cuando en las constituciones aprobadas en 1581 aconsejaba: “La Maestra de Novicias sea de mucha prudencia y oración y espíritu, y tenga mucho cuidado de leer las Constituciones a las novicias, y enseñarlas todo lo que han de hacer, así de ceremonias como de mortificación: y pongan más en lo interior que en lo exterior, tomándolas cuenta cada día de cómo aprovechan en la oración. Mire la que tiene este oficio que no se descuide en nada que es criar almas para que more el Señor. Trátelas con piedad y amor, no se maravillándose de sus culpas, porque han de ir poco a poco, mortificando a cada una según se vea pueda sufrir su espíritu”.

El 24 de noviembre de 1920, de mañana, comienza la ceremonia. Desciende Dora vestida de novia. Primero la misa, luego la comunidad se encarga de conducir a la postulante ante el obispo para dar inicio a la vestición. Permanece vestida con traje esponsal y un cirio en la mano.

“O gloriosa Virginum, sublimis inter sidera” La Virgen Santísima se hace presente. Lo dicen las antífonas y las flores, los cantos y los manteles con filigranas carmelitanos.

Acompañada ahora solo de la priora, Dora se postra ante el arzobispo de Bari:

- ¿Qué pides?

- La misericordia de Dios, la pobreza de la orden y la compañía de las hermanas.

- ¿Vienes resuelta a perseverar en la orden hasta la muerte?

-Así lo espero, apoyado en la misericordia de Dios y las oraciones de las hermanas.

Se retira la postulante del coro por un momento. Entra luego, llevando el sayal de jerga del Carmelo, trae en sus manos el crucifijo. Es el momento culminante del rito. Se arrodilla ante el Obispo. Queda así ofrecido a los pies del altar su mejor sacrificio…el de su vida. Empuñando las tijeras, Monseñor corta sus largas trenzas. Con este gesto, quiere dar un adiós a la vanidad de la vida. Ahora es toda del Señor.

Continua el rito, rico y elocuente en palabras y acciones. En un momento de la ceremonia, luego de la imposición del escapulario, la correa, la capa y el blanco velo, la novicia es conducida al medio del coro, postrándose en tierra con sus brazos en cruz. ¡Ha muerto para el mundo! En el jardín fecundo del Carmelo, nace otro lirio para gloria Dios.

Dentro de poco será fiesta de San Juan de la Cruz, el maestro de “la noche oscura”. El propio quiere introducirla en su Carmelo y revestirla con su hábito. Toma de la mano a esta niña que ha encontrado en medio de su noche, pero que a pesar de tanta sequedad cree en el amor y tiene fe de poder algún día ser olvidada y perderse por entero en el amor.

Desde ahora, ya no le llamaremos Dora, tampoco Teodora… ha tomado en religión el nombre de Hermana Elías de San Clemente. Está tan feliz, incluso de renunciar a su nombre de pila por amor a Jesucristo.

El nuevo calificativo rememorará en nosotros la antigua historia del profeta del fuego. Elías, fue el nombre propuesto años antes por Santa Teresita a Dora en un sueño. A este, el Padre General, añade el apellido de San Clemente.

Nos preguntaremos. ¿Se han resuelto con la toma de hábito las diferencias y terrores del postulantado? ¿Las pruebas interiores han pasado? ¿Se ha hecho la luz? Como diría Dora, en el cuarto aniversario de su profesión… “La vestición, tuvo lugar ciertamente en la noche del espíritu”

8- DE NOVICIA
El año del noviciado es apasionante en la vida de la monja descalza. Tiene el encanto del primer amor… ese amor al AMOR, que no deberá apagarse nunca. Antes bien crecer en disponibilidad, generosidad y entrega del alma al TODO sin que se haga partes. San Juan de la Cruz se encarga de aconsejarla: “Crucificada interior y exteriormente con Cristo, vivirá en esta ida con hartura y satisfacción de su alma”.

Madre Magdalena, expone al grupo de las novicias la doctrina de Santa Teresa y San Juan de la Cruz. Es ciencia fuerte y austera. La Maestra, trasmite desde su experiencia la más pura y viva tradición del Carmelo Reformado, a la luz de los escritos de Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz. Bien conocía ya la novicia, a su querida hermanita de Lisieux.

Hablaba con mucha frecuencia la Madre Maestra, del “Caminito de la infancia espiritual”, propuesto en los manuscritos de Teresita. Elías, se apresurará a ponerlo por obra. Y sale alumna aventajada, como se verá luego.

Es tradición en el Carmelo, asignar a cada nueva postulanta y durante el noviciado, un ángel. Ya lo habíamos explicado con anterioridad. La Hermana Enmanuela, será la encargada de introducir en las costumbres del monasterio a la nueva carmelita. Según nos cuenta ella misma, siempre quedaba edificada con las actitudes y disposiciones de la Hermana Elías.

Durante la compilación de testimonios sobre su vida y virtudes, que se hizo con las hermanas que habían vivido con ella, diría grandes cosas de la santidad de la Sierva de Dios. Entre ellas, que amaba el silencio de la Regla con locura, argumentando siempre: “El silencio une al Señor”.

De los afectos particulares, Elías se cuidaba mucho. A Clara, la postulante amiga y compañera de noviciado, con quien había mantenido lazos muy fuertes de amistad, no vieron le prodigara nunca mejor trato que a las demás. Con todas como dijera su maestro San Juan de la Cruz… “igualdad de amor e igualdad de olvido.”

La humildad se transparentaba de forma natural en su rostro. La misma Hermana Enmanuela cuenta que un día, al venir el Arzobispo para una visita a la comunidad, pidió estar un rato a solas con las novicias. Las madres mayores se retiraron y quedaron solo las formandas. Hermana Enmanuela, observaba silenciosa desde un ángulo distante.

En un momento del recreo, Hermana Elías invitó a las novicias a postrarse delante del Arzobispo con las manos juntas.

-Excelencia, ponga a cada una el nombre de una flor.

- ¿A ti cual te gustaría ser?

- La “mammoletta”, porque se esconde tras las hojas, es una flor humilde.

- Pero hace sentir su perfume a los que pasan cerca. (Y continuó entonces poniendo los nombres a las demás).

Cuando había visitas en el locutorio, La Hermana Elías se escondía siempre dentro de las demás para no llamar la atención. Madre Magdalena, que no la entendía plenamente, le reñía diciendo: ¿Será posible que siempre quiera esconderse? Era mucho lo que sufría la pequeña Elías con estas reprimendas. ¿Pero acaso, el Señor en sus designios, no le regalaba un poquito de su cruz para asemejarla a Él?

Poco antes de su profesión de votos simples, entra al Carmelo de vía Rossi una dirigida del Padre Joya. Teresa Constanza es el nombre de la nueva postulanta. Se entienden presto. Fue fácil lograr empatías entrambas. La Hermana Teresa, que compartió pensamientos y anhelos con Elías, cuenta que a menudo la veía como perdida en sus pensamientos. Un día se aventura a preguntar:

-Hermana Elías, ¿En que piensa?

-Pienso en mi Padre Celestial

Según la misma monja: “…veía a Dios en todas las cosas. Ya fuera en la terraza o en las recreaciones de verano. Hacia el cielo mandaba besos a las estrellas diciendo: Esto es para Jesús”.

Prosigue esta misma religiosa diciendo: Se le veía a menudo absorta, sus ojos fijos en el Sagrario tras las rejas del coro. Los ojos le brillaban, el rostro transfigurado quedaba estático. Alguna vez, encontrándome de paso, me acercaba a ella. Con voz dulce me decía: “párate un poco, es el Maestro que te llama… escúchalo…”

Otras veces, mirando las espinas de la corona del crucifijo de su celda decía: “A mí las espinas, a Jesús amor.”

En un día de esos venturosos, en los que Jesús da consuelos al alma, se acerca por el Carmelo su antigua maestra, Sor Angelina, de las Hermanas Estigmatizadas. Platican acerca de la vida religiosa y de la experiencia de Elías en el poco tiempo que lleva tras los muros del monasterio. La antigua profesora interviene: “Todos desearíamos volar de la tierra al cielo” Elías como presagiando afirmó: “¡Oh, a mí me sucederá pronto…! Y será la unión beatífica”

Acerca de su toma de hábito y postulantado, cuatro años después, en el aniversario de su vestición, rumiando aquellos días, Elías escribió: “Cuando pienso en mi vestición y en el primer año de noviciado, no puedo dejar de llorar de gratitud a Dios que así delicadamente supo obrar en mi alma y excavar en el silencio y el olvido los cimientos de una felicidad que será eterna en el cielo.”

Dora, ya convertida en la Hermana Elías de San Clemente resume así este primer tiempo de su vida religiosa. Lo hace agradeciendo a Jesús el cuidado que a tenido con ella. Se sabe pobre y flaca… y da la gloria a quien la sostiene: “Por todo veló el buen Jesús.”

9- PRIMEROS VOTOS
El 24 de noviembre de 1921, terminado el primer año de noviciado, se prepara con unos ejercicios para su profesión simple. Al término de estos, Elías pronuncia sus votos, y en lo profundo de su corazón formula la Oferta de si misma como víctima de amor a Jesús- Sacramentado, vivo sobre el altar.

Trascribimos a continuación algunos de sus propósitos que rebelan su disposición para el acontecimiento.

- Inmolar generosamente toda mi existencia al buen Dios.

- Ocultarme a la mirada de las criaturas, y a mi misma, olvidándome y dejándome olvidar.

- Amaré el recogimiento, la soledad y el silencio, guardando celosamente la dulce presencia de Jesús.

- No dejaré de hacer nada que le de gloria

-Mi vida transcurrirá en un seco abandono entre los amorosos brazos de Jesús, en una ilimitada confianza… apretada a su Corazón.

- Amaré apasionadamente la vida escondida y en eso consistirá mi paraíso aquí abajo.

- Trataré de vivir en una santa igualdad de afectos, no mostrando más particularidad con nadie, pues mi verdadero amigo, íntimo y amado será Jesús solo.

- Intentaré no dejar escapar las pequeñas mortificaciones de la jornada, y viviré siempre sometida a todas.

- Trataré de vivir siempre bajo la mirada del buen Dios, actuando con alegría para darle gusto.

-No excusarme más… callar siempre… preferir la muerte antes que desagradar en lo más mínimo al Señor.

El 4 de diciembre de 1921, después del año canónico de noviciado y de haber experimentado la vida religiosa con todo lo que implica en el plano personal, humano, físico y espiritual; emite Elías sus primeros votos. Se une a su Esposo; decide seguirle pobre, casta y obediente.

La profesión religiosa, sea cual sea la orden a la que se pertenezca, es un acto de harta significación. El profesante promete, y aunque esa promesa no se pronuncie solemne hasta pasados algunos años, en el corazón del amante, tiene matices de eternidad. Se consagra, para siempre, siempre, siempre.

Elías vivía y distinguía a ciencia cierta el paso que estaba dando. No se notó veladuras en su voz, tampoco la melancolía vacilante de quien sabe lo que deja y le pesa. Se le oyó serena y firme en su propósito. Había hecho la mejor opción y no se desmentiría en lo adelante. Pronuncia su sí detrás de la doble reja del coro... un sí eterno:

“Yo, Hermana Elías de San Clemente, hago mi profesión y prometo obediencia, castidad y pobreza, a Dios Nuestro Señor, a la Bienaventurada Virgen Maria del Monte Carmelo, y a usted, Reverenda Madre Priora y a sus sucesoras, según la Regla Primitiva de la Orden”.

Además de estas palabras que pertenecen al Ritual Propio de la Orden para la ocasión, en su corazón, también pronuncia su ofrenda a Jesús; intención que para nuestro bien quedó plasmada en sus apuntes íntimos:

“Ofrenda de todo mi ser, cual victima de amor a Jesús-Hostia, vivo en el altar

Yo, Hermana Elías de San Clemente, ofrezco toda mi existencia al celestial Esposo de mi alma en el día solemne de mi profesión y juro eterna fidelidad, viviendo verazmente su alianza y elección, no deseando aquí abajo otra cosa que su santo amor.

Por eso renuncio a partir de este momento a todo amor sensible, a toda satisfacción, a todo mínimo afecto, a todo gusto espiritual; para no vivir sino de pura fe, amando, obrando solo para Dios, inmolándome a la sombra de un silencio profundo, a cada instante de mi vida, cual hostia víctima de su amor”.

Estas palabras, pronunciadas en el momento de la Santa Comunión, las llevaba escritas en una hoja de papel de carta sobre su corazón. El documento terminaba así:

De la Hermana Elías de San Clemente, Carmelita Descalza a su Jesús

Después de emitido sus primeros votos, y de la oferta de Elías cual víctima al Amor, se acentúa un periodo nuevo para la vida de la neoprofesa, periodo de arduo trabajo interior, personal y divino. La gracia la transforma, ella desde su pobreza, se deja transformar por la gracia.

Hace ecos Elías de las palabras de Teresa de los Andes: ¡Que bondad la de Dios, pues nos tuvo en su mente desde la eternidad! La ha transformado luego de haberla sacado de la nada.

En 1922 escribe a su Madre Maestra:

“Después de diez meses de densas tinieblas y de perfecto abandono del cielo y de la tierra, después de largos y terribles asaltos del enemigo infernal… mi alma ha recobrado su antigua paz; por decirlo mejor, una paz intima y profunda, inquebrantable a toda invasión… ahora toca vivir de pura fe.”

Hermana Elías coexiste junto a esta fe que sabe le toca, con inmediatez y sinceridad de niña. La reflexión más frecuente de Elías, será la paternidad de Dios, que al estar tan cerca de su alma, se le manifiesta en cada detalle de la vida. Trataba con Él con total confianza. Al decir de Santa Teresa: “…como Padre y como con amigo” En la terraza del monasterio exclamó en una ocasión:

“Vea Hermana Dorotea, vea la estrella de Santa Teresita (señalando la constelación de Orión): un día también nuestros nombres serán escritos al lado del de nuestra santita”

No solo en la alegría, también y particularmente en el dolor, veía Elías al Creador en todo y todos. El sufrimiento, para ella poseía un sentido salvífico y unificante. Se había desposado con Él bajo el signo de la Cruz, pues “la naturaleza humana en el árbol de la cruz, fue redimida y reparada”

La ya conocida Hermana Enmanuela, declaró durante el proceso: “En el momento de la comunión, era como un volcán”… susurraba palabras dulces a Jesús, para que entrando en ella, encontrara sus delicias… luego se recogía en un profundo silencio… coloquios de amor con su Amor del cielo.

Beata Elias de San Clemente - 2da PARTE

10 Sus devocione -11 Maestra joven -12 Bajo el signo de la Cruz-13 Entre la Priora y la Directora-14 Esposa para siempre-15 Tinieblas -16 Con alma de niña-17 Caminos de Dios-18 En medio de la tempestad.,

10- SUS DEVOCIONES

La vida eterna, para ella era una inmensa verdad. Tenía varias devociones muy queridas y especiales, para ella: sus hermanitos del cielo, por ejemplo. Los llamaba así porque habían marchado a Dios muy tempranamente y porque nunca le dejaban sola.

La lista de devociones y prácticas de piedad seria inmensa. Citamos a los más notables:

San Juan Berchmans… “su pequeño Juan.” Gabriel de la Dolorosa… a quien pidió le alcanzara de Dios el olvido de todo lo creado. Teresita del Niño Jesús “”. Le ruega: “Vela… guíame siempre hacia el cielo. Haz que yo ame la virtud… abandono, simplicidad y amor”.

Durante los años siguientes en los que continua Elías la formación religiosa con vistas a su profesión solemne, como hilo conductor de toda su vida y actuaciones, estará el deseo incesante, dinámico y revitalizado a golpe de un día y otro, de darse, abandonarse, donarse, inmolarse y ofrecerse con más amor y menos interés de retribución a su Señor.

Para 1923 escribe en su cuaderno: “Darme toda al Señor, sin ninguna reserva, arrojándome en el campo del sacrificio generosamente… Abandonándome ciegamente a la acción del amor y recibiendo todo y siempre de las manos de Dios, sin investigar nada... Ejercitarme en la humildad de corazón, viviendo sometida a todos. Abandonándome a la voluntad de Dios, como una niña lo hace en brazos de la mamá, con ilimitada confianza y ardiente fe”

Está claro… sabe muy bien Elías, que en el Carmelo… recorriendo el camino angosto de las nadas, solo la fe puede guiarla, y que aun esta, según palabras de Ntro. Padre San Juan de la Cruz “… es oscura noche para el alma”.

Vale la pena copiar textualmente su reflexión sobre el tema del abandono absoluto en manos del buen Dios. No conoce afán de ser tenida en algo sino de agradarle en todo… aunque a los sentidos no quede claro ni la mitad de las cosas que acontecen. Nada de Nada.

Si vivimos para el cielo, ¿Porque afanarse con las cosas de aquí abajo? Si Dios vive en nosotros, ¿Por qué buscarlo en otro lugar?

Si Jesús desea ser Él solo, el apoyo del alma que atraviesa el exilio: ¿Porque apoyarse en las criaturas que a un soplo de viento se inclinan y se quiebran?

Si Jesús vela continuamente a nuestro lado: ¿Porque no rendirle dulcemente nuestra compañía, trabajando y sacrificándonos alegres, consolándolo de tantos desprecios que su corazón recibe continuamente de los que tanto ama?

Elías, quería hacer realidad esta reflexión en su vida, y no faltan notas en sus cuadernos íntimos, que traslucen al que los lee, el fuego de amor que la consumía, y que le hacia traspasar las barreras de lo superficial y convertir en obras su oración. Concretaba sus propósitos en la vida diaria. Casi siempre, con el prójimo de trasluz.

Igualdad de humor –por ejemplo- abrazar siempre lo más duro y lo más penoso, hablar poco con las criaturas y mucho con Dios. No dejar escapar las pequeñas mortificaciones de la jornada, procurar con santa astucia vivir siempre sometida a todos, incluso a la última de casa… decir una oración especial por las hermanas que involuntariamente me han dado un disgusto.”

De estas resoluciones, encontramos llenos los escritos de Elías De San Clemente. Decía, Santa Teresa: “Sean altos los pensamientos para que así lo sean las obras” Y la joven carmelita había fijado su vista al formularlos, en el mismo cielo.

Lo más interesante en su vida, es que pese a la edad, y lejos de ser una de nuestras acostumbradas místicas de la edad media, Elías se hizo santa porque Dios iba obrando maravillas en su vida. Como su Madre Maria, a quien tan tiernamente vivía consagrada, fijó en ella sus ojos el Todopoderoso. Sabiéndola pequeña hizo grandes cosas en su favor.

La transformación se obró a golpe del día a día, de mil renuncias, de mucha oración, de incontables horas estando a solas con quien bien sabia la amaba. Su mayor mérito residió en vivir muy unida a Dios…siempre en Dios y para Él…enamorada de Él. Luego, todo lo bueno y loable que se pueda decir de ella… no es sino reflejo de lo que vivía en su interior… de ese estarse siempre y en todo lugar amando a su amado… sin nadie, sino sola ella y Él.

Mostrar la virtud de manera atractiva, es algo complicado, porque no todo lo que queremos hacer está de acuerdo con lo que esperan de nosotros. Es por eso que la vida comunitaria, puede traer consigo mil roces y fricciones normales en la mayoría de los casos, y compatibles con la esencia subjetiva del ser humano…su personalidad. Elías conocía bien los recovecos de los corazones, sabía regalar a todos la palabra parca y elocuente a un tiempo. Siempre les dejará pensando.

Ya lo advertía la buena Ana de San Bartolomé, enfermera y sabía discípula de Teresa: “…es cosa que espanta al parecer, que en una cosa como el silencio…se encierren tantas riquezas”

La hermana Isabel de la Trinidad, había entrado al Carmelo de Bari en 1922. En el momento de los hechos relatados a continuación se preparaba para su toma de hábito. Para Elías, era ya el segundo año de formación.

Había notado Elías en la futura novicia alguna incertidumbre y duda. Sabía que necesitaba conversar con alguien. La tarde anterior a la toma de hábito, le salió al encuentro. Tuvieron oportunidad de hablar de lo que acontecería al día siguiente. Quizás, porque no, le habló de su propia experiencia, del día antes de su toma de hábito, de lo que sintió la primera vez que llevó sobre sus hombros la estameña burda del sayal pobre del Carmelo… ¡El hábito de la Virgen Santísima!

Engarza maravillosamente bien las palabras. Con elocuencia y mientras rememora su propia experiencia, habla del regalo que supone la vocación: vida ofrecida por amor y sin intereses. En un momento de la conversación, aprieta las manos de la joven postulante diciéndole: “Es la ultima tarde que tendrás tu cabello, y aún, perteneces al mundo. Mañana serás toda de Jesús.”

11- MAESTRA JOVEN

El Carmelo de Bari tenía anexo un educantado, puesto y autorizado por la Orden y los Obispos, no sólo como medio de subsistencia, sino y más que nada, por asuntos políticos e históricos que quedaron hundidos en los conflictos de la Italia de aquellos años. Lo cierto es que, arquitectónicamente, el monasterio de San José de vía Rossi no era ni remotamente parecido a San José de Ávila. Más que a un Carmelo de la Reforma, parecía una de las típicas abadías Benedictinas del Medioevo. El número de monjas había aumentado, superando así, el número que Santa Teresa determinaba en sus constituciones para cada monasterio.

El nivel de escuela que el educantado ostentaba era medio-bajo, sin embargo, en orientación literaria era alto, aunque también se enseñaba bordado y música vocal e instrumental. Estos últimos eran considerados esenciales para todas las jovencitas de buena sociedad.

Durante el año escolástico 1923-1924, la Hermana Elías de San Clemente fue asignada al educantado como instructora y maestra de bordado, actividad que se le daba muy bien. De esta forma, con tan solo 23 años, Dora, con diploma de 3ro elemental, trabajará con maestras de otros estratos sociales y de mayor educación. Todo lo iba tejiendo maravillosamente bien el Divino Sastre, que trocaba todo a fin de purificar el alma de aquella jovencita.

Elías, joven profesa de votos simples, pasaba por uno de los momentos más importantes de su vida religiosa y de su camino interior hacia el Santo Monte de la Perfección. El nuevo cargo, aceptado por obediencia, no le hacia fácil vivir su vida de recogimiento como las demás hermanas destinadas al coro, sin embargo, el punto hacia el que tendía su corazón, estaba ubicado muy adentro del corazón de Dios, porque: “Entre los pucheros, también anda el Señor”

Decía: “Por ti, Señor,… desempeño mi oficio, sin salir ni un solo instante de vuestro Sacratísimo Corazón. En las jóvenes trato de ver la imagen vuestra y pienso en vuestros años infantiles. Me parece verte, especialmente en las más pequeñas… a estas criaturas, todas, las amo igualmente en ti, nada buscando de mi interés, de mi satisfacción, y prefiero mil veces la muerte que sentir en mi alma el menor acto de vanagloria.”

Sus jornadas, desde ahora, se volverán versátiles e irregulares, subordinadas a las necesidades de las alumnas y del educantado. Sin embargo, su norte y centro, sigue siendo el Amor, a quien regala frecuentes miradas y visitas desde las rejas, en la soledad del tabernáculo.

Por las mañanas, oración y encuentro con las jovencitas. Las clases, la atención a las necesidades humanas, materiales y, sobre todo, espirituales de sus alumnas… formaban parte de su vida cotidiana hasta la tarde. Luego las horas dedicadas al rezo del oficio, refectorio, recreación y demás ocupaciones de la vida monástica.

No era tarea fácil la de la nueva maestra, ya que el educantado era ocupación más apta para hermanas doctas, no solo en costura y bordado, sino también en ciencias y latín… expertas en mil especialidades y usos.

Las jóvenes no tardaron en aficionarse a la nueva instructora… un poco también creo por la edad. Es más fácil hablar de Dios a los que por problemas de cosechas se acercan más a la nuestra. No obstante, todos están de acuerdo que el motivo de más peso para justificar el cariño con que todas prodigaban a Elías era su trato afable y amistoso, inspirador de confianza, abierto a la escucha, lleno de Dios y de la Virgen, henchido de amor…con una sonrisa siempre a flor de labios.

Sabe Elías que el amor se predica con el ejemplo, por tanto, rehúsa imponer y prefiere mostrar. La elección esperada viene por añadidura, fruto del ejemplo y de su vida coherente.

Por su forma de concebir la autoridad, y más por interpretarla desde el amor… fue severamente criticada por la directora del educantado en varias oportunidades. La Hermana Colombo, que así se llamaba la encargada, era de otro estrato social diferente, una perfecta aristócrata.

Su modo de ejercer la autoridad, entraba muchas veces en disonancia con la de Elías. Diríamos que ostentaba la obediencia debida con aire imperial, nada a tono con monjas pobres del Carmelo Reformado. Ya lo diría la misma Madre Teresa: Mientras más allegadas a Dios, más humildes.

A pesar de que la Hermana Elías no veía con buenos ojos aquel método educacional tan riguroso y excesivo en ocasiones, no podía cambiarlo, tampoco socavar la autoridad de las demás instructoras y maestras. Tenía muy presente el debido respeto a sus superioras…vivía aquella frase de la Santa Madre: “Harto bien es para el alma no salirse de la obediencia.” Y optaba siempre por el santo silencio.

Al llegar el final del año escolástico, las jovencitas se despedían de sus profesoras. Elías había notado como una, entre tantas, lloraba sin consuelo. La llamó aparte para preocuparse por el motivo de su congoja e insistió en dar un consejo a la joven: “¡Eres muy sensible! Si no cambias, sufrirás mucho en la vida. No te apegues a las criaturas, sino al Creador, que te ama mucho más.”

No tenía preferencias con ninguna. Con todas “igualdad de amor e igualdad de olvido”, como lo aconseja Ntro. Santo Padre Juan de la Cruz. Si se acercaba a algunas con más frecuencia, era porque estaba de seguro necesitada de consejo y guía.

Olga era una de las jóvenes del educantado, inteligente, sincera y muy emprendedora. A la tercera lección, ya sabía coser y bordar a máquina y una vez, hasta propuso un concurso a su Maestra.

Elías prefiere un clima de igualdad entre las alumnas, tendiendo siempre a ayudar y corregir de forma amable: “No te enorgullezcas, todo los dones te vienen de Dios. Sin Él no podríamos nada. El los da y Él los quita.”

Elías disfrutaba al hablar con sus alumnas más aventajadas, entre ellas Olga. En cierta ocasión comenta con ellas sus deseos de vivir en la presencia de Dios, de volar al cielo al encuentro de su Esposo. Olga, franca y tempestuosa se apresura a corregirla:

-Muy cómodo Hermana Elías, morir joven. Quien muere después de una larga vida hace más sacrificios que quien muere joven. (Ella le contesta)

-No si puede padecer en una hora lo que se debiera sufrir en una jornada. En lo que resta, solo hago la voluntad de Dios… Deseo estar siempre con la lámpara encendida porque el Esposo pasa y no regresa.

Así era, las alumnas no solo recibían clases de costura y bordado, sino que leían y estudiaban el libro vivo, que era Elías, con una alegría particular que manaba de sentirse amada y abandonada en Dios hasta en los más mínimos detalles.

A la hora de enseñar la norma y guía de la instrucción, para Elías estaba clarísimo y queda resumida en una frase que gustaba repetir a sus alumnas: “Hagan todo por amor de Dios”

Se las ingeniaba para que todas sus formandas reconocieran en los acontecimientos pequeños y costosos de la vida regular, no una determinación impuesta desde fuera y sustentada por el sistema de poder, sino la voluntad misma de Dios, que hecha con amor, más que reprimir, puede sublimar los más íntimos deseos de independencia y de autorregulación.

Elías, que no es ciega, percibe con frecuencia cuan recias y estrictas son algunas profesoras con las alumnas. Estas pobres jóvenes, que en el hogar no estaban acostumbradas a la vida claustral, caían de manera frecuente en mil desobediencias por no guardar las normas en cuanto al santo silencio.

Sabe que las religiosas no lo hacen por mal. Más de una vez repite a las más cercanas de entre las alumnas: “¿No te das cuenta que lo hace por educarte mejor?” A pesar de todo, infunde en cuantas ejerce influencia, la más fiel obediencia a las superioras.

Se cuida mucho de no mantener particularidades de trato con ninguna mozuela. No está bien, ni es saludable para el alma, que una monja del Carmelo ande en confianzas excesivas. Para la carmelita, Jesús solo basta… su ideal de vida, ha de basarse en andar de ordinario con este Señor nuestro del alma, y tratar con él “como con padre, como con hermano y como con amigo.”

12-BAJO EL SIGNO DE LA CRUZ

Años antes, Dora había traspasado el umbral de la Puerta Reglar del Monasterio del Señor San José con muchas ilusiones. Podríamos entender perfectamente que viniese con algún deseo sensible, por ejemplo, de llevar el Santo Hábito de la Virgen, de consagrarse a Dios a través de los votos religiosos… de morir en el Carmelo. Pero más que claro es, que fuera de esas ilusiones que tocan a cosas importantísimas y de mucho costo, Dora traía otras… más esenciales, centradas y sublimes.

Desde su misma toma de hábito y más concretamente desde el día de su profesión, nuestra joven hermanita había definido, con precisión de un arquitecto, los ángulos y cimientos sobre los que debería basar en adelante su vida; oración y praxis: Amar-Sufrir- Inmolarse

Reconoce como pilar fundamental en la vida de la Carmelita Descalza, vivir de amor. Es solo el amor el que da sentido a la vida escondida de la carmelita. Todo se hace llevadero en los que aman. Hasta la cruz misma parece que se aligera, más… solo parece.

Desde los días de su noviciado, gustaba llamarse: “Hija de Dios”. Era un título que le deleitaba ostentar con la mayor de las humildades, pues la hacia al mismo tiempo que hija de un Rey, hermana de tantos hombres, y por ende, comprometida con sus causas, proyectos y sus sufrimientos.

Su misión en el Carmelo será acompañar a su Jesús, solo y muchas veces abandonado… sufrir por amor, todo lo que el AMOR se dignara enviarle… e inmolarse por tantas almas que no le conocen o lo rechazan.

En su vida religiosa no faltará la cruz. Sabe la pobrecilla, que para llegar a la tumba de la Resurrección, ha de pasar primero camino del Calvario.

En aquella cruz sin Cristo, que según la tradición teresiana está siempre detrás del jergón de los descalzos, hijos de Teresa de Jesús, debía morir cada día. Morir a los repiqueteos del mundo que trasportaban su corazón fuera de la tapias, a los orgullosos pensamientos femeninos, a la propia voluntad de hacer y deshacer según el gusto y servicio… a los afectos, a las intimidades, a ser regalada de todas y en todo. Sucumbir, en fin, a ella misma… hasta que en el alma solo quedara el vacío dispuesto y transparente para ser habitado para siempre por Dios.

No quería dispensarse de nada que la hiciera diferente a las demás. Había abrazado una vida austera no para remediarse, sino para vivirla a cabalidad.

Es curioso un incidente sucedido un invierno. Su hermanita, su alma gemela, confidente durante tantos años, había abrazado su mismo género de vida. En su mismo monasterio había tomado el Santo Hábito carmelitano con el nombre de Sor Celina.

Hermana Celina había notado como Elías, ni en las noches más frías de invierno, preparaba de manera diferente su celda y jergón para que quedara más confortable y cómodo. Era costumbre que en las celdas solo se tuviera una sabana de lana. Sin embargo, su Santa Fundadora y Madre había aconsejado a sus hijas y asentado por escrito, que se tuviera cuenta de suministrar a cada una según sus necesidades, no quería una obediencia absurda y desprovista de humanismo, sino penitencias lógicas y soportables desde el punto de vista físico y espiritual.

Al parecer, la Hermana Elías de San Clemente, aunque no se quejaba, pasaba verdaderas noches de desvelos producto del frío, pues a decir verdad, el clima en invierno era fuerte en estas zonas y las temperaturas muy bajas. Notándolo su hermanita, y guiada quizás por el mismo amor filial que las había unido siempre y vuelto a unir en el Carmelo, mandó un mensaje a la casa materna para que, cuanto antes, enviase al monasterio de San José un cobertor mas confortable para su hija.

Debió parecer demasiado bello este cobertor, pues no se hizo esperar el rechazo por parte de Elías. La hermana, entonces, tomando cartas en el asunto, trató de hacerla entrar en razón…pero ella, como quien quiere dejar claras las cosas antes de dar por concluido un asunto importante, le responde: “Esto es la voluntad de Dios.”

Estimaba y practicaba con diligencias las penitencias tradicionales del Carmelo, entre ellas el cilicio y la disciplina. En alguna que otra ocasión, la Reverenda Madre Angélica de la Sagrada Familia, priora del monasterio, tuvo que escribir a su Director espiritual en Roma para que moderase las penitencias de Elías, pues él las había autorizado.

Según palabras de la Madre: “… en la penitencia como en la virtud, hacía todo muy seriamente”

Como ya hemos señalado, Elías vivía en el educantado rodeada de jóvenes que la querían verdaderamente, y que estaban siempre dispuestas a hacer lo que fuese con solo poder compartir los ratos de oración con la religiosa. Vivía rodeada de afecto… se lo había ganado.

El educantado fue un periodo larguísimo en su vida de religiosa, se las ingeniaba bien y ganaba los corazones de las alumnas. Debido a su tercera elemental en costura, su bordado era insuperable. Conquistaba y practicaba la caridad con todas… ¿Qué le faltaba? No respondemos, pero los planes de Dios para la vida de Elías eran otros. Otros que ni ella misma imaginaba.

El 4 de diciembre de 1924, haciendo memoria de su vida pasada y de su situación actual como profesora de jóvenes en el educantado… justo el día en que celebraba su cuarto aniversario de profesión religiosa, escribía: “Dios mio, auxíliame siempre con vuestra santa gracia”

A pesar de sus relaciones inmejorables con las alumnas, sobre todo con las mayores a las que gustaba hablar de Dios y sus mercedes, Elías notaba ya cierto aire coladizo de recelo y desconfianza hacia su persona, que llegaba nada más y nada menos que del entorno más cercano. No es de extrañar que la mayoría de los sufrimientos en esta nueva etapa de su vida, le hayan alcanzado de sus allegadas. O sea, de las mismas monjas de su comunidad.

La vida es así. Vemos como de los mil detalles y complicaciones humanas, no se libran ni los monasterios. Por eso, nos encontramos tantas personas descontentas con lo que son y tienen. Nunca se conforman y lo más dañino es que al ver la diferencia (que es connatural con cada ser humano, por cuanto somos únicos e irrepetibles) pretenden modificar las situaciones hasta volver el mundo existente, en un mundo ideal y digno de imitación, a tal punto, que todo lo que se haga fuera de sus prescripciones es criticado y mal visto.

Quizás algo de esto paso. Lo cierto es que Elías, con sus pocos años, se daba cuenta de todo, de los celos, de la envidia, de las desconfianzas y hasta de algunas palabras en plan “entérate si puedes” que de vez en cuando decía a algunas de sus hermanas.

Debió ser duro para Elías encontrarse con estos sentimientos adversos hacia su persona. Ella, que había salido del nido paterno tan cristiano y caritativo para volar como una paloma rauda al puerto del Carmelo, se encontraba ahora con los recelos y las conductas reprobables de las hermanas que más deberían apoyarla y cuidarla en los largos periodos de sequedades espirituales y tinieblas interiores durante su postulantado, noviciado y hasta entrada la profesión.

Cierto es que no eran todas, ni siquiera la mayoría… pero el peso de la Cruz, aunque lleve algún alivio como el del Cirineo, sigue siendo molesto… y siempre recae en el hombro macilento y doliente.

Mientras tanto, el proceso de amarre de Elías a la Cruz de su Esposo, iba en aumento. Cada batalla vencida, cada diferencia salvada en el campo del amor y la fraternidad teresiana, eran pasos firmes hacia su comprensión interior del misterio de la Cruz… Cruz que le permitiría en algo, asemejarse a su Maestro sufriente. Y todo por la Santa Madre Iglesia, por el Papa, por la Orden….por los pecadores.

Tenemos que hacer notar que ahora hurgamos en un periodo doloroso de la vida de Elías, del que no ha querido trasparentar mucho en sus escritos… poco también cuenta a sus confidentes. Quiere “sufrir un poquito por amor a Dios sin que lo sepan todos”. Con estas palabras, Santa Teresa, había regalado de consejos a sus hijas de San José de Ávila, cientos de años antes y ahora a Elías le tocaba ponerlos en práctica.

“Oh mi Divino Maestro, sellaste con caracteres indelebles el libro de mi vida, las páginas solo pertenecen a vuestro Divino Corazón, luego cerraste para que nadie pudiera entender sus letras aquí abajo”

Así trascurrían días, meses y años. Elías era una historia, tejida y entendida solo de Dios , para gastarse y consumirse a su servicio.

13- ENTRE LA PRIORA Y LA DIRECTORA

La Madre Columba era una directora austera y de temple fuerte. Había huido de la casa paterna para seguir la voz del Señor dejando una familia distinguida que la quería mucho y un futuro prometedor. Era noble de nacimiento. Desde que se abrió el educantado con carácter oficial en 1907, la Hermana Columba figuró como la enviada por la providencia para la labor ardua que debían realizar. Así fue que la nombraron directora.

Su forma de gobierno estaba pautada y muy bien definida; el reglamento, el respeto a la autoridad de los superiores, la disciplina. Cierto era que no excluía el trato fraterno, el diálogo, la apertura a las necesidades de las educandas. Pero el reglamento era sagrado. Era algo desconfiada, y con frecuencia escuchaba a la puerta de las clases durante las lecciones. Por cierto… ¿Cuál sería el problema puntual con la Hermana Elías a tal punto que decidieran separarla del educantado?

Resulta que, según las alumnas y algunas compañeras de noviciado, la Hermana Elías comenzó a ser incomprendida desde el momento en que la directora se enteró que hablaba afablemente y en tono jovial a sus alumnas acerca de las virtudes, de la virginidad y del cielo. Su pensamiento se transformaba en palabras. Estando como estaba, llena de Dios, no podía sino hablar siempre de Dios.

A ciencia cierta, esta actitud de Elías, más que reprobable era digna de alabar y promover. Pero las cosas hundían sus raíces más allá de simples posturas.

Existía aun en los monasterios, en algunos, una mentalidad más o menos clasista. Al parecer, Madre Columba no fue totalmente inmune a esta mentalidad, pues aunque en todo lo demás era ejemplo de religiosa, no lo era en esto.

Santa Teresa quería igualdad de trato y clases en sus fundaciones, de hecho, invitaba con su ejemplo a las demás, a darse sin reservas a las labores, procurando trabajar para que comiesen las demás. Aún en sus constituciones nos dice: “La tabla de barrer se comience desde la madre priora, para que en todo dé buen ejemplo”.

El gobierno en los monasterios teresianos, más que oportunidad abierta para mandar y hacer lo que se quiera, es concebido como un servicio, que a veces parece enojoso por lo que significa y trae consigo. No por gusto ni teatralmente vemos a muchas santas prioras quejándose de que ese cargo le resta tiempo de intimidad con Dios.

En el Carmelo es costumbre tener detrás de la tarima una Cruz sin Cristo. De alguna manera, la Cruz representa el lugar donde la carmelita muere a diario a sí misma y a las mil vanidades del mundo. La priora no tiene Cruz, pues se considera que el priorato, lo es ya bastante.

Así, según los proyectos de la Santa Fundadora, todas debían ser iguales, tratándolas del mismo modo. Esta forma de proceder se mantuvo incluso después de la introducción de las primeras freilas o hermanas de coro.

Pero Elías era, por así decirlo, la última de las hermanas en el educantado en cuanto a formación; hija de un modesto trabajador, sin más preparación que una tercera elemental. Esta situación, de seguro reportó muchos sufrimientos a la sensibilísima Dora. Sin embargo, no había venido al Carmelo a ser servida, ni a ser tenida en mucho. Ciertamente se reconocía como la nada misma. Quería inmolarse, y en estos momentos de la historia que seguimos, Jesús le mostraba el camino hacia la Cruz que le había reservado… pues “la cruz es regalo de amadores… esos regalos hace el Señor a los que ama.”. Era la Cruz indeleble de las humillaciones y de ser tenida en poco.

Como a veces suele suceder, ya sea para probar a la religiosa o en ocasiones por falta de delicadezas, fue acusada ante la Madre, porque en las recreaciones a menudo se entretenía hablando con la Hermana Matilde, una monja de velo blanco o conversa, que ayudaba en los servicios de la casa y en el educantado.

La priora las reprendía, les mandaba ubicarse distantes de las demás en las recreaciones. Tras un intento válido y humano de justificación, la Hermana Matilde explica a la priora: “Hablábamos del Señor y del servicio que entre ambas rendíamos a la comunidad y a las alumnas”.

La posición de la priora se mantuvo incólume. Es entonces cuando la Hermana Elías, según las Santas Costumbres del Carmelo, se arrodilla en la tierra y besa el suelo, aceptando la humillación como mandada por Dios.

Quince días después de este incidente, Elías cae enferma y tiene que guardar cama. La priora asigna entonces a la Hermana Matilde para que le cuide y asista en todo.

En esto demostró que no veía nada reprobable en la conversación de las dos carmelitas, y que, al parecer, había actuado de esa forma solo por acallar los espíritus malintencionados de las monjas y devolver la paz a la comunidad que se mostraba algo escéptica con respecto a Elías.

La Madre, no obstante, quería saber qué acontecía en el educantado. Escuchaba ciertamente. Era un arte que se le daba de maravilla. Comprendía que, cuando Elías hablaba, no era nunca de ella misma. Si algo refería era siempre de Dios.

Según testimonios de otras hermanas del monasterio, la Madre Angélica tenía bien puesto el nombre, pues todo su trato era como de ángeles.

Según la Madre Ana La Volpe, la priora estimó y quiso mucho a Elías. Los motivos: su virtud y sus innumerables cualidades que se traslucían en la franqueza y en la fidelidad con que vivía en medio de la barahúnda que suponía el educantado, su entrega a Dios en la Orden del Carmelo Descalzo.

Lo que pasaba era que por su carácter y temperamento conciliador, escuchaba las quejas que de la joven carmelita tenían otras monjas. Esto a las claras, hacía sufrir mucho a nuestra corderita.

Elías por otra parte no podía desteñir ni borrar de su mente la familiaridad y el cariño con que fue educada en las Hermanas de Asís. Recordaba, sobre todo, a la Madre Angélica, que más que maestra, había llegado a ser una verdadera madre.

Conocemos del discurso de Elías en sus pláticas con las educandas, pues según testimonios oculares: “Hablaba de Jesús, de la virginidad, del cielo sobre todo, de la vanidad y lo fugaz de la vida, suscitando un verdadero entusiasmo comprensibílisimo, que terminó preocupando a la directora. Sobre todo vigilaba la Hermana Colomba por los peligros de morbosidad de los cuales era menester preservar a las alumnas.”

Las sospechas, al principio, fueron convirtiéndose en palabras, y las palabras metamorfizaron fácilmente, hasta crearse entorno a la pobre jovenzuela un ambiente tenso de incomprensión y de aislamiento. Incluso su compañera de noviciado reconoció que durante este periodo de muchos dolores de alma para la joven biografiada, ella aumentó sus penas y sufrimientos marcando distancias sin razón.

Por otra parte, Elías se mantenía al margen del origen y centro del conflicto. No podía explicarse qué acontecía a su alrededor, ni los motivos de la distancia a veces tan claras, ni los cambios de comportamientos de algunas hermanas hacia su persona.

Eso sí, no cuestionaba la obediencia, amaba a la directora, respetaba a las demás hermanas de la comunidad. Si de alguien dudaba, antes que hacerlo de todas, era de ella misma.

La Madre Magdalena, supriora y maestra de novicias, quien en tiempos del postulantado no había comprendido bien a la joven, simpatizaba ahora mucho con ella. Contrariada alguna vez por la incomprensión con que se le trataba, preguntó a la Hermanita:

- ¿Cómo te trataron las hermanas en el educantado?

- No se puede desear más, Madre, mis hermanas son todas ángeles.

Según la Hermana Clementina, esta forma de actuar de la Elías, no era una postura aparente de virtud ficticia y desmentida. No. Era su forma de analizar y proferir juicio.

Según cuenta la misma testigo: “Cuando en el monasterio se recibían noticias de persecuciones en contra de la Iglesia, mientras todas lo reprochábamos, la Hermana Elías, siempre caritativa con todos, perdonaba compasiva diciendo, que nosotros en esas circunstancias posiblemente lo hubiéramos hecho peor, sin la gracia de Dios”

La Cruz que había indirectamente pedido el día de su profesión cuando definió tan perfectamente el ideal del Carmelo, le salía al encuentro. ¿Qué le quedaba por hacer? Ofrecerse en esa Cruz al AMOR… pasar por la experiencia dolorosa del martirio de corazón.

Al alba del 8 de diciembre de 1924, en su celdita del educantado, hace el voto de lo más perfecto. Es un nuevo empeño, un voto que en privado añade a los otros tres que pronunciara en su profesión de votos simples, pocos años ha. Desde esa hora, promete ofrecer a Dios en el secreto de su alma un último vínculo con la voluntad de divina, hora por hora… día por día, mes por mes, año por año, vida…su vida. Desde su libertad, Elías quiso con esto dar a Dios no solo lo mejor, sino todo. De manera que lo que hiciese, dijese, pensase, y aún sintiese… estuviera siempre al servicio del Señor y de su Reino.

Este voto, hecho de forma grave y formal, exige del alma y presupone una facilidad de control y de autodominio considerable. Por más que quieran explicarlo psicólogos y moralistas, la actitud de los santos, y más concretamente de Elías, les quedaría difícil. Creo firmemente que la ciencia que trasciende toda la razón, es la ciencia de Dios, aun cuando existan vías para probar su existencia.

Cuando Él quiere, da pruebas que escapan a todo razonamiento lógico, teórico y conceptual. Tal es el caso de Elías. Es verdad que quería Elías, pero… ¿Quién sino Dios la obsequió con su gracia para cumplir sus votos con fidelidad hasta su muerte?

En este nuevo empeño, Elías fue asesorada por su Director Espiritual, que como ella, llevaba el nombre del profeta del fuego… símbolo implícito quizás, del celo que ardía en el corazón de ambos por la honra de Dios y el bien de las almas. Se llamaba, Padre Elías de San Ambrosio.

Al principio, Elías, ante el voto, se mostró desconfiada, asegurando que no iba conforme al caminito de la “Infancia Espiritual”, el legado más hermoso de su querida hermanita de Lisieux. Luego, a mucho insistir por parte del Padre Elías y la Madre Priora, se inicio en él con el mayor de los abandonos y la más probada confianza.

Fe y libertad nacidas de un corazón que tras los muros de aquel monasterio, se consideraba la más emancipada de las aves del cielo.

Escribe con su sangre: “Dios mío, para vivir contigo en el más perfecto amor, hago voto de hacer eso que en el momento de obrar, parezca lo más perfecto y de mayor gloria tuya.

Dios mío, dígnate a aceptar este sacrificio… y confirma con tu divina gracia mi debilidad, para que tu fuerza siempre me sostenga. Amen.

Hermana Elías, esto, Dios mío, lo sello con mi sangre ”

Aún no termina. Como broche, firma con la sangre de su dedo y sigue escribiendo el acto de ofrenda al Amor Misericordioso de Santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz.

“¡Para vivir en un acto de perfecto amor, me ofrezco como víctima de holocausto a vuestro amor misericordioso, suplicándote me consumas sin medida, dejando inundar en mi alma las olas de infinita ternura que están escondidas en ti, y así alcanzaré la fortaleza, para devenir mártir de vuestro amor, Oh mi Dios!

Que este martirio, después de estar preparada y comparecer delante de ti, me haga finalmente morir, y mi alma se lance sin ninguna tregua hacia el eterno abrazo de vuestro amor misericordioso. Quiero, mi querido, que todo latido del corazón renueve esta oferta un número infinito de veces, a fin de que, desvanecidas las sombras, pueda repetir mi amor en un “cara a cara” eterno.”

Ambiciona Elías que el amor que la inunda, sea expresado a través de su propia sangre. Besa la hoja, aun húmeda. La abraza, poniéndola junto a su corazón. Son estas palabras el ideal que le va quemando dentro… su respuesta.

Pasa el tiempo, y el educantado sigue siendo el mismo, con todo lo que trae incluido: las diferencias, celillos, alguna que husmea detrás de sus clases con tal de saber que hace y habla a las alumnas. Más todo, ahora se desvanece en su corazón como la niebla de la noche ante la llegada del sol.

Elías, mientras tanto, va dejándose cosechar por el divino labrador, en silencio y soledad. Vive dándose al Amor en todo instante y momento. Hace espacio en su alma, para que le habite la gracia de Dios: Para con ella y para con todas sus hermanas.

“!Oh Dios mío, oh mi todo! Tú solo ahora eres la alegría de esta pobre alma, y el pensamiento de que, para ser comprendida por ti, basta callar.”

Es en un mutuo silencio donde los corazones se comprenden; el corazón de todo un Dios y el de una miserable criatura.

Todo esto acontece en la mañana del 8 de diciembre de 1924. Está Elías unida por gracia de Dios, plenamente al misterio de la Cruz. Sus momentos, son todos momentos de abandono y confianza en el Señor que la crucificó con Él.

No dice nada a nadie. Al exterior tan igual…como siempre. Más en su alma, tiene la plena seguridad de que ha aceptado Jesús su ofrenda… su donación desinteresada del corazón… ofertorio de sangre.

Mientras se filtran los días, su vida transcurre en ritmo monótono, pero no desprovisto de sentido. El educantado, el progreso humano y espiritual de sus alumnas, el trato amistoso y respetuoso con todas, las largas horas de trabajo frente a la maquina de coser… sus diálogos de amor con Dios… su ocupación más sublime: ser verdadera victima en su divino holocausto.

14- ESPOSA PARA SIEMPRE

El voto de lo más perfecto y la ofrenda de sí misma al Amor Misericordioso traslucen su más importante empeño, la perfección evangélica y el abandono de toda su vida en Dios. Con este acto de ofrenda y con el voto, puede decirse que Elías entra en el centro y corazón del Caminito de la Infancia Espiritual… doctrina toda de la santita de Lisieux.

Con este infantil espíritu y trayendo a su mente con periodicidad las palabras del Señor: “…de los niños es el Reino de Dios”, Elías pronuncia sus votos solemnes. Recibe el velo negro de esposa de Jesús. A través de esta ceremonia de velación, Elías dice un adiós definitivo al mundo. Se desposa para siempre con el nazareno de la Cruz.

De todas formas, por mucho que tratemos de hurgar en los significados y sentidos, debemos recordar que los símbolos aunque hablan de una verdad, no la contienen. Son imagen, no exactitud.

De seguro, más sumamente bella era la fiesta de bodas que en los recovecos del corazón, escondrijos reservados solo al Esposo de las Vírgenes, había preparado Elías con tanto esmero durante los años de formación en el Carmelo. Llegaba el momento de decir un Sí con sabor a eternidad.

La celebración se fijó el 11 de febrero de aquel año del Señor de 1925, fiesta de la Virgen de Lourdes. Por primera vez en este tipo de celebración, se utilizó el ceremonial nuevo del Carmelo Descalzo. Esa mañana, lucía monísima la diminuta iglesita del Carmelo de San José, llena de amigos y familiares. Oficiando, el Señor Arzobispo de Bari.

El coro de las religiosas interpretó en gregoriano el canto de las esposas vírgenes. Terminado el canto, en el silencio profundo de la asamblea, compuesta por monjas y fieles, el Arzobispo invita: Venid, esposa de Cristo.

Lista está la esposa, ataviada con galas de pobreza y virtud para encontrar a su amado…donde quiera se presente. Dispuesta está a fin de que sea amado y se sienta amado.

Elías, entonces, avanza con la vela encendida, envuelta en la blanca capa y entonando lentamente las emocionantes notas del canto: Tómame, Señor, según tu palabra, que yo viva en ti. Y tú no defraudes mi esperanza.

El Obispo extiende entonces las manos hacia la rejilla y le pone el velo, signo de su consagración por siempre al Amor. Vuelve entonces la profesa al medio del coro. Allí está su comunidad y sus amigas. La Iglesia de la tierra y del cielo, han escuchado su Fiat, su sí al Señor. Un sí que no se despintará ni en los momentos más duros y tristes.

Le aguardarán algunos sinsabores… pero ahí esta su opción al Amor… y estará todos los días de todos los años de su vida. Pocos días de destierro le quedan. Mas ya se ha ofrecido concientemente. El Esposo puede hacer de ella lo que quiera.

Aquel año de 1925, fue proclamada santa su tan querida Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz, sólo tres meses después de su profesión. Es muy fácil y deducible imaginar las alegrías que la embargaron en estos días. Se esmeró mucho para preparar la celebración en la iglesia del monasterio. ¿Con cuánta alegría no habrá recibido Elías la noticia de la canonización, ahora que se encontraba en el mismo corazón del Caminito de la Infancia Espiritual? Sobran las deducciones y conjeturas; es de sentido común.

La Hermana Dorotea, cuenta que en el día de la fiesta de Santa Teresita, la vio apoyada en la rejilla del coro, orando y llorando inconteniblemente. La Hermana Ana por otro lado, se le acercó para preguntarle que le sucedía, a lo que ella respondió: “Santa Teresa no me ha hecho la gracia de morir en su día… habría querido estar en el cielo con ella.”

La profesión de la Hermana Elías, fue como la de su entrañable hermana Teresita del Niño Jesús, toda “velada de lágrimas”. Escribía al Padre Elías con ciertos sufrimientos del alma: “…mas no deseo en esta vida sino consumirme de amor y desaparecer a toda mirada humana.”

En contestación, el Padre Elías le escribe desde Roma… como habiendo escrutado el profundo significado de sus palabras. Su buen director conocía el momento que Elías vivía, la situación de la comunidad y sus predisposiciones hacia ella, sus votos perpetuos recién pronunciados, sumando a esto el voto de lo más perfecto y la ofrenda al Amor Misericordioso: No tema la furia del infierno. Es el signo evidente que el gran voto desagrada al enemigo de todo bien… Porque el voto que conduce a la máxima unión con Dios agrada al Esposo Celestial, es para él de sumo agrado… Así su “conversación” será ahora ya con el cielo solo. ¿No es verdad, buena hijita?... ¡La paz y la alegría que le da el Señor no disminuirán más, ni siquiera en las pruebas y aflicciones de espíritu… porque Jesús quiere que siempre más te asemejes a él, Rey de los Mártires! ¡Oh, cuan bello es sufrir por Jesús, que suerte tan envidiable es ésta! También le aconseja el Padre que se confíe a las Madres, ellas sabrán guiarla y conducirla por caminos seguros…aun en la más oscura noche. Elías con esmero, pone todo su empeño en cumplir lo aconsejado por el Padre.

Hacia finales de junio de ese mismo año recibe en el locutorio del Carmelo la visita del Padre Elías. Mucho más que en las cartas, Elías puede abrirle su alma y abandonarse a sus consejos ciegamente como en Dios mismo. Necesitaba y deseaba mucho alguna palabra de consuelo y cercanía, ahora que tan mal lo estaba pasando… ahora que, poco a poco, el Señor consumía su holocausto experimentando en cuerpo y alma, la pasión del corazón y del espíritu.

En ocasiones le asaltaban tentaciones: ¿He pecado verdaderamente? ¿Habré hecho mal a las alumnas que he creído amar? ¿Y la gloria de Dios? El sufrimiento se aseguraba tremendo. Ya entrada en el retiro para su profesión solemne, había dicho a la Hermana Matilde: “Hazme la caridad de decirme si habéis visto, durante el educantado, cualquier cosa de mal en mi proceder. Mañana, debo confesarme, quisiera reconciliarme bien con el Señor y pedirle perdón.”

Se criticaba mucho a la pobre Elías. Algunas pensaban que el afecto que sentía por las alumnas era un afecto natural. Me consta – dice la Hermana Teresa- que la Hermana Elías, inspirada por motivos sobrenaturales, ejercía su apostolado entre las alumnas, tomando para sí todo género de mortificación que el Señor le quisiese mandar.

Elías conoce la doctrina de su Padre San Juan de la Cruz: El alma sola, sin maestro, que tiene virtud, es como el carbón encendido que está solo: antes se irá enfriando que encendiendo. Por eso confía su drama y secreto a su Director. Apuntó para suerte nuestra, los resultados de su consulta en un cuadernito de 8x5, de éste sacamos la nota que sigue: Hoy Nuestro Reverendo Padre Elías me aseguró en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo que mi alma ha sido preservada en modo muy particular de conocer siquiera mínimamente el mal que llena el mundo. Después de haber escuchado mi confesión general, el buen y santo Padre Elías, alzando la mirada al cielo, mientras su dulcísima mano se posaba sobre mi cabeza, ha proferido estas conmovedoras palabras: Hija, en nombre del Señor te bendigo y te aseguro que es grande su amor por el alma de vuestra caridad. Prosigue siempre en este suave camino de ascensión que lleva su alma. Jesús, está muy contento.

15- TINIEBLAS…

Está más que comprobado que en la noche del espíritu, el alma alcanza madurez para afrontar los sufrimientos con entereza. Ya lo decía el poeta de las noches y primer descalzo: El espíritu bien puro no se mezcla con extrañas advertencias ni humanos respetos, sino solo en soledad de todas las formas, interiormente, con sosiego sabroso se comunica con Dios, porque su conocimiento es en silencio divino.

Un psicólogo diría, que mientras la persona va perdiendo sus seguridades humanas y materiales, necesariamente y en el afán de solucionar el conflicto, sea del tipo que sea, va encontrando otras soluciones, ya no tan ajenas a sus objetivos anteriores, quizás más utópicos que alcanzables. Va como reestructurando su campo y adhiriéndose consiente o inconcientemente a objetivos sustitutos que remedien la falta y atenúen el conflicto. Van rellenando el vacío existencial que dejan las cosas; explicando racionalmente muchas, justificando otras con mecanismos de defensa. En fin… enfrentando o evadiendo su situación según sus propios recursos personales y humanos. Tiene algo de cierto todo esto, más no todo es tan prefabricado desde el consciente y el inconsciente.

Lo que pasa entre el alma y Dios al entrar ésta en la noche oscura de los sentidos, es la transformación y maduración, el encuentro de lo total y solamente esencial y eso, ante nada, es don de Dios. No se puede alcanzar si ese mismo Dios, antes y después de la noche, no sigue siendo el centro de la vida del individuo.

Va pasando a oscuras, buscando, muchas veces tanteando… encontrando pocas o ninguna respuesta a su estado. Pero, a pesar de abandonarse, confiar, saber que no se está solo nunca, Dios no abandona.

Cierto es que se pierden las seguridades, pues son como palillos de romero seco… las tenemos hoy, mañana quizás se ausenten para siempre. Son nada y vacío.

La Beata Isabel de la Trinidad, incursionando en sus cariñosas cartas sobre el tema de la confianza, obsequia a su madre querida con frases de aliento: Adiós querida mamá. Ofrécele todo lo que hiere tu corazón, confíale todo. Piensa que tienes en tu alma día y noche uno que no te deja jamás sola.

El alma se va aficionando a solo Dios… no le ve, muchas veces no le siente…pero Él está muy cerca y aunque la fe también se vuelve noche… y noche oscura… Dios da su gracia para seguir y pasar a la otra orilla, donde resplandece su luz. Todo es gracia de Dios y voluntad del alma. Que Dios, sabemos, no fuerza nunca.

Elías ha experimentado esta noche oscura y lenta durante su vida religiosa. Contra la noche existe un antídoto, el único eficaz: poner nuestros cuidados en el olvido… mirar a Dios, si le vemos o sentimos… ¿Si no? Abandono total, sin nada para mirar, ni querer, ni gustar, ni tener… ni, ni, ni…tantas cosas que pasan.

De seguro, casi al término de su vida, podía decir lo que dijera en los primeros días pasados en el Carmelo: “A la tempestad, sobreviene la calma, el cielo se hace sereno. Posiblemente son pocos los pedazos de cielo claro a lo largo del camino, pero el rayo de pura fe que no se eclipsa jamás, vuelve fácil la hazaña.”

Elías no nos ha detallado su noche, como tampoco puntualiza los momentos de luz intensa al interior de su alma. No descartemos la simultaneidad de estados y experiencias en su vida de carmelita. Muchos secretos nos están reservados para el cielo. Allá, si somos fieles, veremos a Elías. Quizás podamos preguntarle muchas pinceladas y pormenores, que sólo podemos desde nuestra finitud intuir hoy.

En sus escritos, por momentos, nos deja al descubierto su alma: “Verdaderamente sola, todo calla entorno a mí, lejos de toda mirada humana mi alma se sumerge en un profundo silencio. También Jesús se esconde y la pequeña celdita se torna desierto. Si a alguien le fuese dado entrever algo, a consecuencia del susto me diría infeliz… ¡Pero no! Si en vez de esto, le fuese dado penetrar en mi corazón, se encontraría una celestial armonía. Él (corazón) eleva en dulce abandono el canto de amor y consiente quedarse, si a Jesús le place, para toda la vida religiosa en este feliz estado, sin cansarse nunca.”

Otra vez escribe: “El soplo de tu amor, ha lanzado el pequeño granito de polvo en el fuego de las tribulaciones…”

Ha asimilado muy bien la doctrina de la santita de Lisieux. Se encuentra ahora inmersa en la pequeña vía. Ya que por su reconocida pequeñez no puede ofrecer mil grandes hazañas al Señor, le ofrece a cambio su existencia, y se confía a él, sabiendo que le tiene a su Señor, enamorado el corazón.

En palabras de Santa Teresita, el camino recorrido por Elías se podría resumir en pocos párrafos: “Jesús se complace en mostrarme el único camino que conduce a esa hoguera divina: ese camino es el del abandono de la criatura que duerme sin temor en brazos de su padre… Jesús no pide acciones extraordinarias; se contenta con que le demostremos confianza y gratitud.”

El 17 de septiembre le escribe su director desde Monza: “Buena hijita en Jesús. ¿Le ha mostrado nuestra buena Madre el “Ecce Homo” que le mandé? Diga que se lo muestre y que se lo preste algún día. Desearía que este día fuese viernes. ¡Delante de esta imagen renueve con mayor generosidad su inmolación a Jesús, Esposo de nuestras almas!

¡Verá entonces disiparse las tinieblas y resplandecer con celestial ardor el Santísimo Rostro del Redentor que andaba por los caminos de Palestina siempre sonriente, siempre haciendo el bien! ¡Oh, sí, Nuestro Buen Dios no tenía ninguna preocupación por sí mismo: todo lo remitía a su Padre Celestial de los Cielos! ¡Oh hija, hija mía! … abandónese con toda la confianza de una niña en los brazos amorosos de Dios, que no la desea perpleja y dudosa, sino más desenvuelta y generosa… La caridad suya cubrirá los defectos del prójimo. Recuerde que a las personas debemos aceptarlas como son, y no como quisiéramos que fuesen. Nosotros, orando e inmolándonos: lo que falte lo hará el Señor. Si tuviésemos todo seguro, ¿Qué podríamos entonces sufrir? ¡Qué víctimas más cómodas seríamos! La bendigo tanto, tanto, y esté tranquila que la llevo conmigo a Lisieux.”

De esta forma, la anima a seguir confiada el camino que le lleva muy apurada, a la vez que le aconseja ser siempre muy caritativa a la hora de evaluar y pensar en los defectos de las demás.

Olvido de lo creado, Memoria del creador, Atención a lo interior, Y estarse amando al Amado.

El día de la asunción de la Virgen del mismo año 1925, su querida hermanita Dominica, entra al Carmelo de San José de Bari. Por motivos de construcción, y por no estar aún terminada la nueva ala del monasterio, las celdas no alcanzan. A Dominica se le asigna la misma habitación de Elías. Es Dominica para Elías don de Dios. ¿No estará desbordante de alegría nuestra corderita al ver a su hermana y confidente ocupando su misma habitación… y más que esto, tratando de subir la escarpada hacia al cima del Monte de la Perfección en su mismo palomar? Está claro.

Sin embargo, el consuelo lo calla y lo saborea. No es un consuelo sensible, lleno de besos y palabras de comprensión y ánimo. El consuelo que recibe, humanamente hablando, es el de su presencia… y el saber de su entrega al Amor. ¿Qué más consuelo que ver a los que más se aman, abandonados en Dios… rindiendo todo, sin reservas ni medias tintas?

Por estas fechas termina el año escolástico. Para Elías, con respecto al educantado, serían vacaciones eternas. Nunca más la verían las alumnas compartiendo con ellas pensamientos de cielo y barro.

Por todo aquello que sin razón se había propagado entre el personal calificado del educantado, se sacrificó la flor más humilde y pura de entre las que lo adornaban. Pese incluso a quejas de las jovencitas ante las autoridades y la misma directora.

Elías por su parte, aunque le costaba, sabía soportar con mucha paciencia, obedeciendo al mandato de la priora, como mandato del mismo Cristo. Para ella, todo terminaba allí. Justo frente a la imagen de Jesucristo aconsejada por su Padre Espiritual.

16- CON ALMA DE NIÑA

Reza: “La pequeña niñita, aferrándose al trono del Rey Celestial, tiende su mano pidiendo caridad. Demanda de corazón una chispa de su Amor y un granito de verdadera humildad.

Y, si Jesús duerme, “la pequeña Elías”, doblando la cabeza sobre sus rodillas, aguardará a que se despierte. Y si a Jesús le place dormir siempre, sin cansarme jamás, esperaré posiblemente hasta el último día. Estaré igual de contenta porque me satisfago de mirarlo, amarlo y agradecerle.”

Ante la miseria humana y espiritual, ante todo lo que la invade y la humilla, ante sí misma, ve claro lo trascendente e inmanente. Sabe Elías que Jesús vela por ella, como el centinela la aurora. No la dejará jamás el Guardián de Israel. Elías es cosa y posesión suya… la niña de sus ojos. ¿Quién y qué será capaz de separarla del amor de Dios?

“Mi Querido, ¿Qué me podrá separar de ti? ¿Qué será capaz de romper esta fuerte cadena que une estrechamente mi corazón al tuyo? ¿Quizás el abandono de las criaturas? Esto verdaderamente es lo que une el alma a su Creador.

¿Quizás las tribulaciones, las penas, la cruz? Son entre estas espinas, donde el canto del alma que te ama, es más libre y más ligero. ¿Quizás la muerte? Pero ésta no será otra cosa que el principio de la verdadera felicidad para el alma. Nada, nada podrá separar mi alma, ni por breves instantes de ti: pues fue creada para ti, y fuera está inquieta si no vive abandonada en ti… En el ciego abandono hace ver a mi alma; pues en todo esto que me ocurre, veo el amor de Dios.”

17- CAMINOS DE DIOS

A través de las experiencias vividas por Elías en sus años de vida, puede afirmarse que existe al menos en sus palabras y escritos, y mucho más si cabe en sus obras, plena conciencia de la conducción Divina de su vida.

¿Ha tenido tiempo Elías para meditar y descubrir al Dios que la ama y que nunca la ha dejado de la mano? Seguro que sí. En el Carmelo el tiempo es monótono, la jornada se comparte entre la oración y el trabajo; también existen horas equilibrantes de recreación fraterna… retiro de celda y lectura espiritual. En el Carmelo de San José de Bari, existía además la particularidad del educantado.

A pesar de lo reiterativo de la jornada, ésta no carece de sentido. Ni aún cuando hayan pasado muchos años desde que se le comenzó a vivir. La historia del alma en el Carmelo, es la historia del jardinero que goza cuidando el jardín real a diario a fin de tener contento al Rey cuando le pluguiere visitarlo.

El alma, en este caso, es el jardinero, pues pone todo de su parte para que crezca en ella la virtud… a pesar de reconocer que todos los esfuerzos sin la gracia, serían totalmente inútiles.

No nos extrañaría entonces que Elías se sintiera embargada por Dios, sublimada y con deseos profundos de proclamar sus grandezas. Ella, que se creía la menor y más indigna de todas las carmelitas de San José, con las siguientes palabras dejaba entrever cuánto agradecía a Dios el cuidado prodigado a su alma desde sus más tiernos años: previendo el destino, disponía el corazón a buscar en la soledad y en el silencio el centro de su reposo.

“Él me pedía la renuncia de todo…satisfacción temporal, alegrías espirituales… sí, todo yo a él ofrecía con amor, deshojando sin reservas las flores pasajeras de esta vida mortal. ...”

Aquello que desde niña vivía, aquel sentir tan claro de la presencia de Dios en su vida, del llamado a la donación total que le pedía, de sus caminos coronados de cruces… todo aquello que desde pequeña por gracia de Dios añoraba, se solidificaba ahora en el Carmelo. Bebió con profundidad de los torrentes de la espiritualidad teresiana y sanjuanista. Le encantaba recrearse leyendo a Teresa del Niño Jesús e Isabel de la Trinidad.

Estos años en el Carmelo, le han servido para aprender a buscar a Dios, que habita el centro de nuestra alma, donde muchas veces no queremos llegar por miedos y cobardías.

De San Juan de la Cruz ha leído bien y bastante sus obras. Sabe que Dios, para ser encontrado, precisa que el alma se despoje de sus vanidades y orgullos… de todo lo que la aprisiona, para que al fin libre, vuele veloz al encuentro de su Amado, que escondido en lo profundo del alma, no quiere sino que no exista nada más que Él.

Bien nos puede hablar desde su silencio la Hermanita Elías. Ha ido sustrayéndose de todo lo superficial. El Señor también la ayuda, y en los mil acontecimientos de la vida claustral, va enamorando su corazón y sacando de él todo lo que no lleva a la perfección. Perfecto binomio para su santificación. Dios que vive en ella, ella que busca al Dios que la habita.

En 1924, recordando los inicios de su vida religiosa escribía: “Comprendí al fin, con mi ingreso al Carmelo, que el corazón fácilmente se siente apegado a las criaturas… por eso deseo exiliarlo… Renunciando a todo, en la pobreza total de todo afecto, encontrando completamente de esta forma, el querido y precioso amor de mi Jesús. Ésta es mi riqueza, en quien he puesto toda mi felicidad.”

Para no perderse en los afectos hacia las criaturas, había puesto en el Amor de Dios toda su mirada. Era lo más valioso que tenía. Recordémosla en el locutorio, queriendo ser la última de todas las flores, la más sencilla, que con solo su perfume ensalzara a Jesús. Recordémosla en las visitas frecuentes que se hacían para la comunidad en el locutorio, siempre la última, oculta entre las demás.

Escondía a la vista de los demás todo lo que podía: sus dones naturales, sus virtudes, las gracias recibidas del Señor, sus sufrimientos de cuerpo y alma.

Ana la Volpe recuerda que, cierta vez, el Padre Mateo Wrawlei, famoso apóstol del Sagrado Corazón, en una conversación con las monjas del monasterio, pronunció esta maravillosa frase casi como consigna: “Es necesario custodiar la virginidad del dolor”. Elías lo traduce diciendo que es necesario callar y custodiar el dolor con el pudor de las vírgenes. Esto reclama para la pequeña Elías, todo un programa de vida, basado en la mayor perfección y ocultamiento de las criaturas.

Una hermana de la comunidad, después de su muerte, diría: Digo que la Hermana Elías sufrió mucho. Yo no puedo decir otra cosa, sino que a pesar de todo, la vi siempre riendo.

18- EN MEDIO DE LA TEMPESTAD

Es fácil descubrir durante este periodo de la vida de Elías tempestades interiores fortísimas. Podríamos llamarlas huracanes de gran intensidad, si fuera posible medirlas por la escala de Saffir-Simpson, con categorías al menos entre 4º y 5º grado. Y esto, deducible por sus escritos y por los pocos elementos externos que se transparentan de su vida.

Al dejar sus labores en el educantado, no fue elegida para desempeñar ningún otro cargo en la comunidad; a esto podemos sumarle la actitud recriminatoria de algunas hermanas, que se alejaron visiblemente de Elías por parecer peligrosa o porque, en realidad, no era de su agrado.

Cualquiera de la dos hipótesis podía ser causante y desencadenante de las conductas, a veces poco entendibles, de algunas monjas. O en el peor de los casos, coexistir las dos complementándose.

La Madre Angélica propone, en el Capítulo de la comunidad, a la Hermana Elías como consejera. No fue, sin embargo, aceptada por motivo de su corta edad. Esa fue la excusa, la razón otra.

Un día, hablando la Madre Priora con la Hermana Celina, le comentó que, a pesar de tener el monasterio como un gran tesoro, no podía admitir ni servirse de los celos de algunas monjas. De esta manera, ratificaba una vez más, la buena Priora, el afecto y cariño que profesaba a Elías, incomprendida y envidiada: “Pero mira un poco como ha estado de prudente tu hermana”–decía a la Hermana Celina- “no ha dicho nada a nadie, no ha hecho ningún rumor, y yo sé que le ha constado trabajo. Es verdaderamente una santa”. Sabemos nosotros cómo sufrió Elías a causa, sobre todo, de lo que pensaban de ella. Pero… ¿Acaso ya no tenía Elías sus cuidados entre las azucenas olvidados?

Elías se había portado prudentemente, pero… ¿Cuánto no debió haber sufrido? El 10 de diciembre de 1927, quince días antes de su muerte, hablando con la Hermana Dorotea le comentó: “Todas las amarguras las estoy saboreando en el pequeño cáliz de mi vida…” Luego, de brevísimas palabras, reduce estas amarguras al menor de los grados, para ella es mucho mayor y más importante la eternidad que espera alcanzar, tornando su rostro a su antigua sonrisa.

“Conmigo - nos dice la Hermana Celina, su querida Dominica de otros tiempos- no se lamentaba de los sufrimientos morales causados o encontrados en la comunidad, y mucho menos con las otras… Al atardecer del último Jueves Santo de su vida, la vi toda roja, con los ojos velados de llanto. El día después, por haber insistido en demasía, quiso responder a mis preguntas: “Esta noche Jesús me ha hecho una gran gracia: Me ha avisado que me regala una fuerza irresistible para soportar toda cosa, capaz de hacerme caminar por carbones encendidos.”

Empeñada en que me dijese el motivo de sus sufrimientos, me respondió: “Hermana Celina, tranquila, es la voluntad de Dios que se cumpla su proyecto””.

Para eso vivía aquella corderita, que desde tierna edad, Dios la había escogido como víctima de su Amor Misericordioso. Aquel proyecto del que hablaba frecuentemente Elías y que era motivo de meditación, quería dejarlo fluir y expandirse aunque doliera el corazón, así tuviera que cortar ella misma su carne para glorificar a Dios. Aquella ofrenda generosa de sí misma sellada con su propia sangre… ¿Acaso no decía también que todo su cuerpo y la vida misma representada por su savia carmesí, eran heredad del Señor?

Y así, con toda la naturalidad del mundo, aceptó lo que Dios quiso mandarle. Mientras tanto, el incensario divino quemaba a fuego lento la fragante especie de sus sacrificios, prodigando fortaleza en las tinieblas a aquella alma sensibilísima y cariñosa, ahora desprovista de todo cuidado y cariño sensible.

Allí, en su celda, horas de alegrías y de sufrimientos, de cielo y de barro, de dones de Dios y de arideces, de bonanzas cortas y largos huracanes se iban sucediendo ininterrumpidamente. Allí, al pie de la Cruz sin Cristo que coronaba el jergón de su celda, ofrecía cada cosa por pequeña o grande que fuese por el ideal por el que sabía, la había congregado Jesús a la Orden de la Virgen Santísima.

En 1922, segundo año de noviciado, algunos meses después de su profesión de votos simples, escribía:

“El alma encuentra su quietud en el propio silencio del corazón, ocultándose a las miradas de las criaturas, no deseando ser comprendida ni conocida, sino solo de su Señor.”

“He encontrado tantas veces que una larga conversación, aunque con buen propósito de revelar a las criaturas aquello que el Señor reserva para decir él solo, después me ha dejado un vacío incomprensible, haciéndome gustar agonías de muerte.

La calma retorna solo después de haber pasado algunos minutos a los pies de Jesús, hablando con largas miradas en un profundo silencio. Como solo Jesús es el todo de esta alma.”

Elías no vive en completo olvido, sabe que aquel que la ama más que ella misma, no la deja, aunque sea difícil verlo o percibirlo en algunas ocasiones. Eso sí, trata de ser la última, y no procura ser comprendida por las criaturas. Solo Dios basta, es el lema que le viene a la mente tras respuestas descorteses o miradas inquisidoras. ¡Solo Dios Basta Elías, que solo Dios te baste! Así nos habla esta alma que ha subido con su Maestro, camino de la Cruz… y como tesoro solo le queda eso: la Cruz.

“La tierra ha perdido todo atractivo para mí. Todo me cansa fuera de mi Dios… siento mi corazón libre de las cosas, no pueden entristecerme los dolores, y ni siquiera consolarme las alegrías, ya que toda mi felicidad esta puesta en Dios…

A las criaturas, siento que puedo amarlas en el Señor y puedo confesar al cielo y a la tierra que nada ocupa mi corazón… Solo Dios me basta.

Mi alegría radica en verme pequeña y débil en los brazos de mi Padre Celestial y atender solo a Jesús en todas sus cosas… su aliento es mi vida… en el silencio de mi corazón Él ha establecido su morada… No deseo sino eclipsarme por mi Jesús. De las criaturas no deseo sino las humillaciones, para que sea de ellas completamente olvidada.”

¿Dios se ha olvidado de Elías? Es la pregunta que podríamos hacernos. Es una tautología responder una pregunta con una pregunta… pero cabría preguntarnos. ¿Dios es quien verdaderamente olvida el pacto entre Él y el hombre? ¿Alguna vez en este exilio, Dios ha tomado la iniciativa en el distanciamiento con la humanidad? No. La respuesta sería un rotundo No. De eso vivía más que convencida nuestra jovencita.

“En el dolor, me lanzo al infinito, donde encuentro a mi Dios sin perder ni por un solo instante la paz inalterable, íntima y profunda que invade mi espíritu….

Hace bien Jesús al esconderse, porque siento que no podría vivir mucho en esta tierra de exilio, si su adorable presencia fuese sensible a mi alma.

Siento que es amo absoluto de toda mi existencia. Siento que Él es Rey de mi pobre corazón, mi único amor. Siento que Él vive y mora en mí con su gracia, pero todo esto en las sombras, quitando a mi corazón toda satisfacción.

¡Oh! Cómo es de bueno este Divino Maestro y cuán dulce es para el alma amarlo en la pobreza absoluta de toda cosa.”

Yannick Delgado Farias
L. D. Vque .M.