miércoles, 9 de julio de 2008

Oficio Propio Carmelita – 27 de Julio


BEATO TITO BRANDSMA,
Presbítero y mártir de nuestra Orden.


Anno Sjoerd Brandsma, nació en Bolsward (Holanda) el 23 de febrero de 1881. Muy joven aún, profesó en el Carmelo con el nombre de Tito en 1899. Ordenado de sacerdote el 17 de junio de 1905, se doctoró en filosofía por la Universidad Gregoriana de Roma en 1909. Se dedicó a la docencia en diversos centros holandeses. De 1923 a 1942 explicó filosofía e historia de la mística en la Universidad Católica de Nimega, de la que también fue Rector Magnífico. Periodista profesional, recibió el nombramiento de Consejero eclesiástico de los periodistas católicos (RKJ) en 1935. Se distinguió por su disponibilidad en todo y para todos. Antes de y durante la ocupación nazi de Holanda, luchó con fidelidad al Evangelio contra la difusión de la ideología nacionalsocialista y por la libertad de la escuela y la prensa católicas. Arrestado por esta razón, tras un largo calvario de cárceles, fue internado en el campo de concentración de Dachau, donde murió asesinado el 26 de julio de 1942, a los 61 años, con una inyección de ácido fénico, en medio de sufrimientos y humillaciones mientras se ocupaba en infundir serenidad y consuelo a los demás deportados y en hacer el bien a los mismos perseguidores. Juan Pablo II lo proclamó beato el 3 de noviembre de 1985.

Del común de un mártir
OFICIO DE LECTURA

SEGUNDA LECTURA

Del prefacio del beato Tito Brandsma a un libro de Adolfo Tanquerey

La fuerza misteriosa de la Pasión.

Jesús ha sufrido. Si, el mismo Jesús, nuestro Dios que se hizo hombre por nuestra salvación. El sufrió, fue crucificado, murió y fue sepultado.
La víspera de su pasión, rogó a su Padre celestial para que todos fueran uno, uno con el. Se llamo a si mismo Cabeza del Cuerpo Místico, del que nosotros somos los miembros. El es la vid, nosotros los sarmientos. Se metió el mismo en el lagar y allí fue exprimido. Nos ha dado el vino para que, bebiéndolo podamos vivir su misma vida, para que podamos compartir con el su sufrimiento. Lo ha dicho el mismo: El que quiera seguirme, es decir, cumplir mi voluntad, que cargue con su cruz cada día; el que me sigue tendrá la luz de la vida; yo soy la vida; os he dado ejemplo, para que lo que he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis. Y no comprendiendo sus discípulos que la vía indicada era la de la pasión, se lo explico diciendo: ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria? Entonces ardieron en sus pechos los corazones de los discípulos. La palabra de Dios se había convertido para ellos en fuego. Y descendiendo después sobre ellos el Espíritu Santo, como una llama divina, se sintieron contentos de sufrir, a su vez, el desprecio y la persecución, porque se hacían así semejantes a aquel que los había precedido en el camino del sufrimiento.

Los discípulos comprendieron que el no había querido apartarse de este camino, que habían vaticinado antes los profetas. Desde el pesebre hasta la cruz, no supo de otra cosa, sino de sufrimiento, pobreza y desprecio. Consagro toda su vida a enseñar al pueblo que Dios mira el sufrimiento, la pobreza y el desprecio humano de modo muy diferente a como lo hace la necia sabiduría del mundo. El dolor es la consecuencia necesaria del pecado, y solo mediante la cruz se recupera la unión con Dios y la gloria pedida. El dolor es, por lo mismo, el camino del cielo. En la cruz esta la salvación, en la cruz la victoria. Así lo ha dispuesto Dios, que quiso además tomar sobre si el sufrimiento para lograr con el la gloria de la redención. Por eso, como dice san Pablo, los trabajos de ahora no pesan lo que la gloria que un día se nos descubrirá cuando haya pasado el tiempo de padecer y seamos ya participes de la misma gloria.

Maria, que conservaba todas las palabras de Dios en su corazón, supo comprender, por la plenitud de la gracia que le fue concedida, el gran valor del sufrimiento. Mientras los discípulos huían, ella salio al encuentro del salvador, camino del Calvario, y permaneció al pie de la cruz participando en su oprobio y en sus últimos sufrimientos. Y lo puso en el sepulcro con la esperanza firme de su resurrección.

¡Ojala nuestros corazones fueran tan ardientes y generosos como el suyo y se abrieran totalmente a los sentimientos del Sagrado Corazón de Jesús! El dijo: He deseado enormemente comer esta comida pascual con vosotros antes de padecer. ¿Es nuestro deseo como el suyo? ¿No nos quejamos demasiado cuando el nos alarga el cáliz de la pasión? Es tan difícil para nosotros resignarnos al sufrimiento, que alegrarse de el nos parece algo heroico. Consideramos casi imposible el desear la cruz y el sufrimiento. Según el mundo, es, de hecho, una locura desear solo sufrimiento y desprecio, como lo deseaba san Juan de la Cruz. Y a veces nosotros pensamos de modo semejante al del mundo con nuestras prudentes cautelas. ¿Dónde esta la oblación que cada mañana, consciente y reflexivamente, al menos de palabra y en apariencia, hacemos de nosotros mismos, cuando nos unimos a la oblación, que ofrecemos junto con la Iglesia, de aquel con el que estamos unidos en un único cuerpo?

Jesús lloro una vez sobre Jerusalén: ¡Ojala pudieses conocer tu hoy el don de Dios! ¡Ojala pudiésemos también nosotros conocer hoy el gran valor que Dios ha puesto en nuestros sufrimientos!

RESPONSORIO Ga.6,14;Co1,23-24

R. Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo*En el cual el mundo esta crucificado para mi, y yo para el mundo.

V. Nosotros predicamos a Cristo a Cristo crucificado; escándalo para los judíos, necedad para los gentiles, pero, para los llamados, un Mesías que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios.*En el cual el mundo.

ORACION

Oh Dios Padre, fuente y origen de la vida, que has dado la fuerza de tu Espíritu al Beato Tito, para que en el calvario de la persecución y del martirio, proclamase la libertad de la Iglesia y la dignidad del hombre; concédenos, por su intercesión, el no avergonzarnos del Evangelio en la construcción de tu reino de justicia y de paz y el poder descubrir en cada acontecimiento de la vida tu presencia misericordiosa. Por nuestro Señor Jesucristo que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

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