domingo, 1 de marzo de 2009

Beata Elias de San Clemente - 3RA PARTE


19- Una gota en el mar 20- Con Jesus Eucaristía 21- Quiero deshojarme 22- Cuando mel amor transfigura 23- El cielo ante sus puertas 24- Con los ojos de Cristo 25- Con sus hermanas de hábito 26- El último Adviento 27- Su calvario 28- Post mortem





1- UNA GOTA EN EL MAR

Perderse en Dios, encontrarse en Cristo, ha de ser la aspiración de toda alma consagrada. Más aún para una hija de Santa Teresa; para quien morir, no es morir.

“He renunciado a todas las cosas de este mundo a fin de ganar a Cristo” Bellas palabras del apóstol San Pablo. Leyendo los escritos de Elías y repasando su experiencia, vemos una similitud inmensa entre el mensaje paulino y su vida.

“Oh mi amable Jesús, imprimiste vuestra adorable imagen en mi alma, y la mía en vuestro Divino Corazón, donde yo no pueda ver otra cosa sino a vos, belleza eterna, y a la vista de tu encantadora belleza, … tornar embelesada y perderme en ti.”

Viaja Elías por un camino escabroso, no hay dudas, pero directo y sin escalas al cielo. Camino de fe, de abandono, de espinas, de constante Cruz, de muerte a sí misma, a sus gustos y aficiones.

“En ti, mi dulce bien, en ti, océano infinito, quiero perderme como una gotita de agua.

Y en profundo silencio deseo vivir sepultada.

Quiero fijar en ti, Sol eterno, mis pupilas para no ver más las cosas de aquí abajo.”

Rememora con frecuencia sus primeros años en el Carmelo. Agradece con insistencia a Dios su vocación y la perseverancia concedida. El 24 de noviembre, en el cuarto aniversario de su toma de hábito, escribía:

“Cuando pienso en mi toma de hábito y en el primer año de noviciado, no puedo sino llorar de gratitud hacia el buen Dios que, delicadamente, supo trabajar en mi alma y excavar en el silencio y en el olvido los fundamentos de una felicidad que será perpetua hasta en el Cielo.

¡Oh! Tales recuerdos me hacen mirar apresuradamente al infinito. Me parece ya gozar de la dulce sonrisa de Jesús y recibir sus eternos abrazos.”

Elías aprende aventajadamente en la escuela de San Juan de la Cruz. Toma a menudo sus pensamientos y palabras. Su doctrina ha sido para ella guía inequívoca estos años en el Carmelo. Buscar para sí “Nada de nada”.

Ha deseado por mucho tiempo esta plena unión y fusión de alma con Dios. Ahora, en estos últimos años de vida, va experimentando momentos divinos. Siempre más olvidada de sí y de todo. Siempre más dentro: escondida en el mismo misterio del Dios al que ama.

La decisión absoluta y tajante de vivir para Dios hasta perderse en Él, la lleva dentro desde sus primeros años de vida monástica. Lejos de apagarse sus deseos, los días silenciosos en el Carmelo redoblan su antiguo celo.

Tenemos que argumentar que, lejos de lo que piensan las personas, entre ellos muchos católicos, la soledad del Carmelo, es una soledad que da temple y prepara al ser humano para luchar con coraje por Dios y por la vida… hasta consumirse, si fuese necesario, en el puesto de batalla.

Desde el silencio, el retiro, la clausura, la oblación diaria y escondida, la carmelita libra su propia cruzada contra el enemigo de las almas, dilatándosele el corazón, pues el botín que alcanza terminada la ofensiva, beneficia a la protagonista y a todos los que se encomiendan a sus oraciones. Muchas veces, es de notar que el premio con que le paga el amo por quien pelea, es alivio para los demás…bendiciones…cruz a secas para ella…bendiciones.

Podría parecer un antagonismo, pero no. El laurel conquistado, la cruz regalada por Jesús a la carmelita, es para ésta el trofeo más grande y glorioso con que se pudiera condecorar a un héroe…pues es en la cruz donde encuentra a su Rey…a su Esposo…a su Dios. ¿Qué más pudiera pedir una pobre descalza?

¡Dios! Centro de mi ser, meta de mis suspiros.

¡Dios! Reposo de mi inteligencia, quietud de mis afectos, mi primer y último fin.

En este pensamiento, escrito probablemente en 1923, mucho antes de su profesión solemne, Elías revela el rumbo espiritual de su alma de carmelita: fuerte experiencia de Dios, deseos de amor y de amar que crecen y se hacen más profundos a medida que se acerca la hora del encuentro definitivo.

“Yo te siento, Dios mío, presente en mi alma y siento muy bien la fuerza que viene de ti, bondad infinita. Después de haberte buscado tantas veces, te encuentro en el centro de mi alma.”

22- CON JESÚS EUCARISTÍA

El día de su profesión había realizado el acto de ofrenda a: Jesús, hostia viviente sobre el altar.

Aquella sencilla ofrenda caracterizaría toda su posterior existencia, como hasta el momento lo había hecho, solo que de una manera especial. Ya Elías era su esposa para siempre jamás. Había renunciado al mundo por el Amor.

En este periodo, más que en ningún otro de su vida, Elías se torna inminentemente eucarística. Toda su vida exterior y sobre todo interior, gira alrededor del tabernáculo. Jesús Eucaristía es su aspiración y centro: Todo en Él, para Él y con Él.

“Si pudiese pedir una sola gracia, sería la de hablar con Jesús Eucaristía, o bien, el sacrificio de toda mi existencia.”

Era evidente que Cristo había inundado a Elías en su misterio Eucarístico. Ella gozaba de una predilecta comunión con su Jesús, hostia sobre el altar.

La polarización de su vida entorno al Misterio de los misterios se manifiesta, sobre todo, en momentos fuertes de oración, apartada de todo y todos, delante del Sagrario. Y también durante la Santa Misa, en el momento de la comunión. Es aquí donde, de manera especial, el Corazón de Jesús penetraba el de Elías, emergiendo de este doble enlace la unidad indisoluble de su corazón humano con el Corazón Divino.

“Un minuto pasado a los pies del tabernáculo, cuando el dolor nos visita, correr hacia el que lo permite por nuestro bien… el dolor purifica el alma y la vuelve ágil para moverse libremente en la voluntad de Dios, conociendo los más altos secretos de la eterna sabiduría.”

De esta forma, unida a su Señor por el signo indeleble de la Cruz, Elías vive con paz y abandono las virtudes y las no virtudes de las hermanas, las cruces y las pequeñas alegrías, las incertidumbres e indecisiones de los superiores, todo lo entiende a la luz de la sabiduría que nace del amor al Crucificado.

En cierta ocasión, preguntó el confesor a Elías qué palabras pronunciaba en el momento de recibir al Señor durante la Santa Misa. Ella, parca de palabras y precisa como era, se conformó con decir:

“Padre, con Jesús casi no hablo en la Santa Comunión, porque el reposo del que goza mi alma cuando me abismo en Él es inexplicable a mi misma. Me siento como una gotita de agua lanzada en un océano, como un átomo perdido en un abismo de infinita grandeza: y siento que abismada fuertemente en un profundo silencio adorando el gran misterio, el alma calla y reposa en su centro.”

Siente a menudo que su alma es como el cáliz de una flor, abierto a los rayos del sol de justicia:

“Mi pequeña alma se siente regada de su preciosa sangre y vivificada de este maná celestial, y ya toda vigorizada, se arroja humilde al sacrificio.

Persuadiendo fuertemente al corazón, yo siento el dulce toque de tu beso de amor. En el abrazo divino mi alma se derrama en vuestro corazón al unísono. Oh, cómo es bello vivir contigo, respirar de tu amor…

Todo se desvanece a tu mirada y el alma sola se lanza y sin demora, tras el abrazo amoroso de Jesús. Es este tierno Padre que, bajando al alma, la cubre, revelándole los más íntimos secretos de su corazón ardiente de amor.”

Ha escuchado, desde el silencio sonoro del Carmelo y a través de la doble reja del coro, la voz apremiante de Jesús desde su Sagrario.

“¡Oh, Dios mío!, ¿por qué no tengo miles de lenguas para cantar tus alabanzas? ¿Por qué no poseo miles de corazones para amarte ardientemente?

Sí, mi dulce Jesús. Mi pobre corazón ha comprendido el gemido que continuamente viene de vuestra prisión de amor… un gemido desconocido, un grito que no entiende nadie.

Mi Dios, no me es dado correr por los valles y montes anunciando tu amor a los corazones que viven sin conocerte… pues bien, viviré cerca de ti y cantaré sin cansarme nunca, por aquellos que no te aman.

Mi canto ininterrumpido dirá: “que todos los corazones palpiten por ti, que todos los hombres se postren y confiesen al Señor.”

Elevaciones como ésta, bien pudiera haberlas escrito la Santa Madre Teresa, enamorada como estaba de la Eucaristía. Que por amor a ésta, y para que Jesús-Hostia fuese amado, fundó diecisiete Carmelos diseminados por la geografía castellana y andaluza de su España.

A la joven carmelita de Bari le late el corazón al unísono con el de su fundadora. Ambas vivían apasionadas por la Eucaristía. En el libro de la Vida, Nuestra Santa Madre nos revelaba el amor que profesaba al Santísimo Sacramento, amor muy parecido al de Elías: “¿Quién nos quita estar con Él después de resucitado pues tan cerca le tenemos en el Sacramento, adonde ya está glorificado?”

En 1927, último año de su exilio en esta tierra, Elías fue nombrada sacristana, después de casi dos años sin desempeñar ningún oficio dentro de la comunidad.

Estando a sus anchas en su soledad, le llaman para que custodie al Divino Prisionero y cuide de sus cosas. Algunas de la comunidad dan fe de la devoción y el cuidado con que Elías tocaba los vasos sagrados. Así lo describió la Hermana Constanza, compañera de trabajo y sacristana junto a ella.

En un lejano diciembre de 1923 escribía: “Si me preguntasen como quisiera que me llamasen aquí abajo… respondería: la feliz prisionera de Jesús… y si después me preguntaran otra vez qué deseo alberga y vigoriza mi corazón: aquel de amar fuertemente al buen Jesús y el de poder muy pronto verlo sin velos, lanzándome entre sus brazos amorosos y perdiéndome en Él, grandeza infinita.

Ahora, los deseos de Elías son consumados. Jesús, su prisionero eterno de amor en el Sagrario; ella, la prisionera de su Corazón. Ambos en la misma condición, necesidad y disponibilidad de amarse mutuamente y corresponderse.

Toda la vida de Elías, fue una ruta ascendente hacia Dios. Más ahora, al final de sus días, el arco de los sufrimientos y de las pruebas se tensa aún más si cabe. Esto, día tras día.

“Al clarear el alba, mientras todo el mundo calla, de la solitaria celdita, allí en fe y amor, te regalo el primer suspiro desde lo más íntimo de mi corazón, mi dulce Señor. Volviéndome a ti, para recibir otro día de vida, para emplearlo solo en tu honor y gloria.”

Un alma llena de Dios, embargada por su misterio y enamorada de su pasión, no busca sino, a cada instante de su existencia, darle gloria y honra en todas sus acciones. Casi parece que ese tender constante de Elías hacia Dios es algo innato o instintivo. Tan bien se le da este arte de darse sin hacerse partes, que todo su ser, vida, obra y palabras son fusionadas en Dios.

Sin embargo, ya nos hemos internado en la Elías sufriente, en el corderito predilecto de Jesús, que como Él, también tuvo que experimentar la crudeza de una Cruz, sin consuelos humanos ni escapatorias posibles. Estoy casi seguro que a Elías solo la mantenía en pie el sentirse amada, respetada y fortalecida por Dios. ¡Qué bien sabía ella donde debía encontrar “la fonte que mana y corre” aun pareciese de noche!

No es solo contemplación pasiva del misterio. Elías goza de Dios porque en una lucha seria contra sí misma y los gustos más bajos, se ha sentido fortalecida por la fe, aunque en ocasiones parezca su Creador jugar a los escondidos. Sabe que habita el Señor el centro de su alma, y este saber sin poder sentir, le hace respirar, y proseguir…luchar, avanzar… y otras tantas veces, pedir auxilio, S.O.S. Pero siempre fija su mirada en el que sabe está más allá de las tinieblas o las luces que experimenta.

“Te poseo en el centro de mi alma, como el sol ardiente que hace desaparecer toda miseria, vivificándolo todo en mi pobre corazón con el fuego de tu amor.”

No es esto más que el fruto de la unión del alma con su Señor, que la conforta, la guía y la lleva a su plenitud.

¡Oh, llama de amor viva, que tiernamente hieres de mi alma en el más profundo centro!

21- QUIERO DESHOJARME

¿Podrá ser la Cruz y el sufrimiento un aliciente para el alma? A primera vista no. Pero no podemos dejar de pensar en el testimonio que tantos santos de renombre han dado a favor de la Cruz y del sufrimiento. Santa Teresa nos decía: “…tengo por experiencia que el verdadero remedio para no caer es asirnos a la Cruz y confiar en el que en ella se puso.”

No es masoquismo barato, no. La Cruz que nos regala el Señor es un medio más de los tantos que pone a nuestro alcance y que nos ayuda en parte a configurar nuestra existencia, padeciendo un poco de todo lo que Él padeció.

Pero como notamos, es solo un regalo. La Cruz no se busca incansablemente como agua en el desierto. Cuando más, se le pide a Dios algo que ofrecer. La da luego si quiere y a quien quiere. Porque lo que realmente importa es estar siempre dispuesto a hacer su santa voluntad.

Para algunos santos, la mayor Cruz ha sido precisamente el no tener cruz, ni nada inmenso que ofrecer, y el estarse donde y como Dios quiere que se este. Esa es la Cruz verdadera y su sufrir. Su medio de santificación.

A Elías, sin embargo, Jesús ha querido regalarle su madero a secas, atenuando su rigor con apenas segundos de solaz. Solo segundos.

Pero tiene nuestra carmelita conciencia de ser no más que la esposa pobre y descalza de un crucificado. Está unida divinamente a Él bajo el signo de la Cruz. No podría desmentirse ahora… no podía rechazarla: “¡Oh Jesús, quiero vivir el misterio, porque si cesa el misterio termina el sufrir de mi alma!”

Quiere y está empeñada en vivir antes de nada el misterio de las grandes y pequeñas obras de Dios en su alma, transformándolas a cada instante en florecillas espirituales que ofrece con toda ilusión. Quiere vivir a cabalidad la incógnita de su angustia y desconsuelos, amarguras y pesares, sin explicaciones ni preguntas.

“La nada no se ofende, ni pretende, ni se turba de nada. Está convencida de su bajeza. Gusta de Dios que solo le basta.”

¿Cómo vislumbraba la Hermana Elías de San Clemente su cielo?

Es la fiesta de la Santísima Trinidad, quizás la última de las que celebre aquí abajo. Su deseo de la eterna bienaventuranza está siempre muy latente. Ese día, y de forma especial, incursiona en la contemplación de la eternidad.

“El pequeño átomo está destinado a perderse en el inmenso resplandor que nace de la trinidad sacrosanta.”

Así quiere pasar su cielo, perdida totalmente en la luz de Dios. Sin embargo, la espera de aquel glorioso día del “cara a cara” continuará. Quedará Elías vigilante, como virgen sensata.

“De este pensamiento yo vivo, y así paso mis días. La confianza me empuja, me eleva siempre más alto, dejándome respirar aquel aire puro… y grito al Cielo:

Estoy exiliada, muy lejos de mi patria. Paz y reposo no habrán, hasta estar en el seno de mi Dios.”

22- CUANDO EL AMOR TRANSFIGURA

Hacia el término de su vida, por los años 1926-1927, Elías escribe poesías. Sus poemas no son más que la propia realidad de su alma hecha versos. Simbiosis perfecta de lo celestial y lo terrenal… serenidad total de un alma por Dios transformada.

Desde la soledad sonora de la que gusta, viviendo a solas con Él solo, todo le habla de su único y eterno Amor. Le hace buscar más significados de los acostumbrados, llevando todo a pensamientos de cielo.

“Una pequeña y pálida rosa, simple y modesta que se eleva sobre su tallo a la sombra… eleva su corola hacia el cielo y dice a su Creador: yo vivo por ti.

Tal será mi vida… quiero deshojarme en el silencio de toda cosa creada… bajo de la mirada de Dios.”

Cierto día, una persona amiga del monasterio regala un cordero vivo. Pataleando como estaba lo introduce en el torno con gran admiración de la hermana tornera. Elías se encontraba pasando por allí:

-Venga Hermana Elías - gritó la tornera- vea qué bello es. Llévelo V.C. a Nuestra Madre que de seguro se pondrá contenta.

Elías tomó entonces el corderito con todo respeto, sin ruidos ni alborotos camino de las escaleras. En el paso, se encuentra con la Hermana Clementina. Nos cuenta ésta como llevaba de reverente al pobre animalito. Mientras caminaba con el animalillo, sentía la hermana que susurraba bajito, casi quedo:

-¿Qué es lo que dice? - preguntó la Hermana Clementina algo curiosa.

- Agnus Dei qui tollis percata mundi, miserere mei.

Desde ese momento ambas hermanas repetían continuamente las mismas palabras. Era Sábado Santo.

La Hermana Clementina rememora estos hechos, queriendo dar muestras de la simplicidad sin límites de Elías. Practicada no solo durante su tiempo de postulantado y noviciado, sino también en el educantado. Y ahora igual, madura ya en el Carmelo y junto a la comunidad a tiempo completo, desempeñando uno de los oficios que por su importancia y responsabilidad requería de madurez espiritual y humana.

Con la dulce e inocente mirada de una niña, sonriendo siempre… pasaba los días y meses en su querido cielito anticipado, inmersa de lleno en el trabajo a favor del Reino de Dios y de su establecimiento en nuestros corazones.

Sus reacciones, puramente humanas, van menguando. Casi ya no se ven en su manera de relación con los demás. Ha ocurrido una completa metamorfosis espiritual… Dios la habita por completo, aunque para todas siga siendo solo la monja joven y risueña que acostumbra en las recreaciones a brindar, con su gracejo particular, unos minutos de expansión saludable para todas, y que con las hermanas al exterior, es inmutable y de carácter estable.

Le gustaba mucho la música. Cuando vivía aún entre los suyos, iba con frecuencia a los conciertos. Ahora en el Carmelo, escucha las melodías que dedica a Dios con tanto esmero la Hermana Rosa. Música para ocasiones litúrgicas solemnes, como fue la celebración del centenario de la Madre Teresa de Jesús, y la beatificación de Santa Teresita. También música artística, con motivo de las distintas manifestaciones de las niñas en el educantado.

Durante su primer periodo, el de formación, tuvo harta oportunidad de ofrecer a Dios pequeños sacrificios durante los ensayos de coro. Al parecer, Hermana Rosa exigía mucho. Ahora, ya la obligación es menor y canta a su Amado como ave nueva y sin experiencia, sin importarle mucho como se oye, sino cuanto de corazón pone en el intento.

Elías le canta a Jesús la canción perfecta que nace de su corazón enamorado. Canción incomprendida, criticada, burlada en ocasiones, pero siempre fiel, coherente… intachable. Exclama con frecuencia, absorta: “¡Cómo será de deliciosa la música de los ángeles en el Paraíso.”
¿Qué canto amoroso había enamorado el corazón carmelitano y solitario de nuestra pequeña Elías? ¿A qué silencios sonoros se había dirigido a fin de percibir los trinos angélicos desde la tierra?

Si vivía de pura fe, entonces no sería extraño imaginarnos a Elías tratando de mirar con los ojos del alma a la corte angélica inflamada en cantos de loor a su Dios. Incluso imaginarla intentando unirse a esos cantos con los suyos, y más aún, con el canto de su existencia que quería ser toda una alabanza a su Jesús del alma.

23- EL CIELO ANTE SUS PUERTAS

Escribe en 1924: “¡Cómo es de bello el silencio en el Carmelo, puede contemplarse el cielo estrellado con sus estrellas! Estas relucientes criaturas elevan mi pobre corazón, llevándolo a Dios… la tierra es un desierto para el que ama el cielo!”

Contemplaba el precioso panorama desde la ventana de su celda. La celda de Elías daba al patio. Desde esa posición podía apreciarse el firmamento. Contemplaba la bóveda celeste cada noche en las recreaciones durante el verano, gozaba mirando su pequeño pedazo de cielo azul bordado de miles de estrellas. Sus ojos del alma, más vivos que los del cuerpo, miraban más allá de la anchura y la distancia, como queriendo develar la profundidad y todo lo que ésta contenía.

Una noche, durante el tiempo de recreación, una hermana viéndola absorta mirando hacia arriba, le pregunta:

- ¿A lo mejor piensas en la Virgen cuando miras la luna?

-“Muy frecuentemente es verdad, pero mucho más pienso en el día aquel, en que mis pies descalzos pisarán las estrellas. Tengo tantas esperanzas de andar con Jesús más allá de las estrellas.”

Coreando la Santas Costumbres de la Reforma Teresiana, las descalzas, cada día antes del descanso nocturno, se arrodillan en el umbral de sus celdas esperando que pase la tañedora con la sentencia que invita a regalar el último pensamiento del día a Dios y para recibir la bendición de la Priora.

Según testimonio de las hermanas, cierto día a Elías le toca pasar con las tablillas. Su sentencia es sencilla pero profunda: Hermanas… un día… con Jesús… andaremos… más allá de las estrellas.

Así de cercana sentía su morada, porque sabía a las claras que era forastera y advenediza sobre esta tierra y que en su hogar, situado más allá del sol, tendría a Jesús por compañero.

En la fiesta de la Visitación de la Virgen a Santa Isabel, el 2 de Julio de 1923, está sola de mañana en su celda, piensa en la necesidad y reclamo que le arde dentro de darse a Dios sin reservas ni medidas, sola para Él solo.

Busca un nombre que encierre en sí mismo todos sus deseos, resoluciones y pensamientos. Lo pide a Jesús, Buen Pastor, pues desde niña había usado el nombre de Corderita de Jesús. Jesús mismo le sugiere entonces el nombre que describirá toda su existencia: ¡Nubecilla!

“Elías será una pequeña nubecilla blanca, que rápido pasa al horizonte desde su exilio, disipándose en la inmensidad de Dios. Su morada segura será el cielo y ascendiendo siempre más hacia el infinito, se esconderá en los rayos del sol eterno.

La pequeña nubecilla blanca se hará notar solo para su Dios. No atraerá a ninguno aquí abajo. La verán las criaturas si se paran a mirar las estrellas, la nubecilla pasará inadvertida en el cielo azul, sin sorprender a nadie. Incomprensible sube a lo alto junto a los pies de Dios.

Nubecilla, totalmente confiada en la Eucaristía.

Nubecilla, oración y suspiro del corazón exiliado.

Nubecilla, que se derrama como lluvia de bendiciones celestiales.

Nubecilla, nostalgia del cielo, ligero pasaje en búsqueda de Dios.

Encierra mi alma, escondiéndola de toda mirada de la tierra. Álzala hacia el cielo contigo, donde viviré escondida en Dios.

Nubecilla: velo a mis ojos. Un día desaparecerás y dejarás ver en mi alma la presencia de Jesús. Mas ahora, escondida en ti, quiero vivir aquí abajo en espera de que el Amor Divino, alzándome sobre las miradas, me deje pasar y lanzarme en sus brazos y gozar de aquel abrazo para la eternidad.”

Este fragmento encierra lo que es y siente Elías: su ideal y vida. En las tristezas y las alegrías mantendrá sus metas e ideales intactos: “En el dolor me lanzo al infinito donde encuentro a mi Dios, sin perder por esto por un instante la paz.”

24- CON LOS OJOS DE CRISTO

Todos recordamos el relato del evangelio donde Jesús, predicando a la muchedumbre, es interrumpido por algunos con motivo de la visita de su Madre. La respuesta es tajante, y para un lector poco hábil, llegaría a ser hasta grosera: “…mi madre y mis hermanos son los que hacen la voluntad de Dios.” Sabemos el significado. Jesús amó entrañablemente a su Madre, la Virgen. De hecho, la tarde del Calvario dedicó a ésta uno de sus últimos pensamientos, y encomendó a su cuidado la Iglesia que nacía de aquella sangre derramada en el madero de la Cruz.

El texto, y las palabras de Jesús, no pretenden hacer menguar los lazos afectivos y consanguíneos que se dan entre los seres humanos. ¡No! El objetivo es abrir los ojos de aquellos ciegos con vista. Es demostrar que existen lazos, que aunque pueden contener sangre y afecto, no se concretan solo a la prole o descendencia humanamente hablando.

En el Reino de Dios, todos somos hijos de un Padre, salvados por el Hijo, consolados y guiados por el Espíritu Santo. Todos podemos llamarnos en Dios…hermanos. Elías comprende esto a cabalidad y lo practica. Trata de mirar a los hombres con los ojos de Cristo.

Amó verdaderamente a la familia, con veracidad y sin mañas. Seducía con sus mimos entrañables a mamá Pascua, a los hermanos…a su Dominica del alma. Son muchas las cartas que escribe a sus familiares más allegados en su tiempo de carmelita.

En su epistolario, no es abundante la diversidad de destinatarios. Sin embargo, quien ha tenido la posibilidad de revisarlos, hay algo que nota a salto de ojos… y es la caridad que une su alma con todos los que han quedado fuera de los muros añejos de su monasterio. Es la caridad evangélica, que hace acordarse y animar a los más necesitados, refiriéndose siempre cercana y confidente… Elías, la antigua Dora, la misma de siempre… comprometida con Dios y el prójimo, da muestra de tener un corazón henchido de amor celestial.

El 12 de mayo de 1927, Prudencia, la mayor de todas, hace un visita a sus hermanas y a la comunidad. Se reúnen en el locutorio del Carmelo. Eran momentos de cielo, pues de esta forma, Elías podía conocer el estado de su Madre y las mil cosillas de la familia que se cuentan aprovechando la ocasión.

De cosas de mundo ni hablar, no hay tiempo. Y por si se vacilara en la elección del tema, existe justo sobre las rejas un cuadrito, común en casi todos los Carmelos, que repite con menuda insistencia esa frase por todas las descalzas conocida:

“Hermano, una de dos. O no hablar, o hablar de Dios. Que en la casa de Teresa, esta ciencia se profesa”.

Antes de terminar aquella jornada memorable, Elías escribe a su mamá a la luz de una vela: “Son pasadas las diez, vuelvo del coro… en el dulce silencio de mi querida celda, verdadero paraíso en la tierra. Todas las horas transcurren alegres en el Carmelo, pero las noches pasadas a solas en mi celda, no tienen comparación. Para tu Elías, son las más bellas, y las más felices… Mamá mía, en este pequeño tabernáculo mi corazón se dilata y se pierde en Dios. ¡Oh, cómo pasarías las noches enteras aquí, en este bendito lugar, desde donde te escribo, sola, a oscuras, mirando el bello cielo estrellado y hablando familiarmente con el Señor!...

Hoy, Prudencia ha estado en el locutorio y le he encargado algo. Que intimemos más. Recordamos las horas felices pasadas en la familia bajo tu mirada, donde bebíamos la luz del Buen Dios… Mamá querida, fueron diversas las llamadas del Señor, más tú me hiciste responder a todas generosamente, recordando que eras verdadera custodio de nuestras almas, y que El Señor era el amo absoluto.

Mamá buena, solo por Dios te dejé y en Él nos encontraremos para no separarnos nunca más. ¡Oh, sí que espero verlos a todos en el cielo reunidos en el eterno hogar de nuestro Padre Celestial. Esta gracia la pido al Señor con vivas lágrimas… Cuando se está al servicio directo del Señor, se los siente a todos más presentes, más cercanos al corazón…”

En esta carta, que no transcribimos completamente, va haciendo mención a toda su familia, sin olvidar a ninguno. Recuerda con mucha ternura la esmerada educación materna. Como se dijo al comienzo, era un hogar ejemplar, donde se respetó siempre los designios de Dios… y también las decisiones de los hijos.

Elías piensa en su querido Nicolás, expuesto a los peligros propios de la edad. Desea encontrarse con todos en el cielo… reunirse con su familia para ya nunca más separarse.

Para Nicolás, Elías era una segunda madre. En 1926, cuando se ultimaban los detalles para su ingreso al servicio militar, Elías se muestra cercana a su hermanito amado: “Hermano querido, coraje y adelante. Sé que al principio es siempre penoso, porque sufres inmensamente el vivir alejado del dulce santuario de nuestra familia, y por no poder estrechar al corazón y expresar el amor que tienes a nuestros queridos padres… Pero piensa que todo esto lo desea el Señor que te llamó a cumplir un deber… ¿Cómo tú dices que soy tu mamita por haberte llevado tantas veces sobre mis brazos, es que quieres sentir un palabra verdaderamente bella?

Nuestra vida está fundada sobre un concepto claro y preciso. Tenemos que convencernos totalmente de que estamos en este mundo para alabar al Señor y santificar nuestras almas. Ya que vivimos en un completo abandono de todo lo creado, amemos mucho al Señor…”

25- CON SUS HERMANAS DE HÁBITO

Entorno a Elías, la comunidad no ha cambiado de fisonomía. Para ella, el Carmelo no es menos que su paraíso posible en este mundo, y sus hermanitas “Ángeles de la tierra”, “Sonrisas de Dios.” Así lo rumiaba Elías.

Se juzgaba muy regalada de Dios en todo, sentía que el Señor la conducía por un camino dulce, sencillo y muy llano. No creo que pensara esto por falta de sufrimientos y de Cruz. Las había tenido, y muchas, ya sabemos.

La fuerza que le impulsa provenía de la caridad. Cada hermana para ella, es un ángel que le enseña a subir más deprisa los peldaños de ascenso a la perfección. Su sencillez y amor a la comunidad hayan siempre una excusa válida e indulgente para cada sinsabor y trato desagradable. Todo lo que le ocurre, sabe que se torna en bien suyo, pues la hace vivir más aferrada a Jesús. Para ella, lo más importante en la caridad, no es la cantidad de la ayuda, sino el grado de desprendimiento y generosidad que representa la obra. No es dar una parte de lo que se tiene, es brindar todo lo disponible, a veces sin reservar nada para las mismas necesidades personales y comunitarias.

Durante una clase de música, Elías había transparentado un poco en Sor Enmanuela, ángel de su noviciado, la turbación interior que la asfixiaba. Al vuelo captó la seriedad de su estado y la animó.

Dejemos que nos lo cuente la propia Enmanuela: Al final del concierto me llamó aparte, y me reveló todo lo que había notado en mí. Con el intento de aliviarme, me condujo con ella a la terraza. El cielo lucía sus mejores galas. Con palabras delicadas, me llevó nuevamente a Dios a través de la magnificencia de la naturaleza. Me confortó con pensamientos de Santa Teresita, beatificada hacía poco, y después, llevándome a su celda, me invitó a contemplar el cielo. De aquella manera, el Señor nos regalaba el ser espectadora de una bella visión. Apareció en las alturas una estrella extraordinariamente grande, que después de haber hecho tres giros sobre sí misma, se desgarró volviendo a su sitio. Elías dijo que había visto la misma perspectiva el día de la glorificación de la santita. Bastó todo esto para que quedase consolada y aliviada espiritualmente.

26-EL ÚLTIMO ADVIENTO

Antes de iniciarse el adviento, la Señora Fracasso quiso acercase al Carmelo a saludar a sus dos hijas carmelitas. La conversación, como de costumbre, transcurrió en el oscuro locutorio. Durante el adviento, tiempo de penitencia particular y de retiro contemplativo del Misterio, no se permiten las visitas a las monjas. Por lo que mamá Pascua quiso adelantarse antes de que la prohibición fuera puesta en práctica.

“¡Hasta la Navidad!” - comentó la madre a sus hijas, estirando sus manos y saludándolas, cuando se levantaba para marcharse. Elías, sin embargo, le contestó sonriendo: ¡Quizás sí nos veremos! ¡Ciertamente en el Paraíso!

Durante la visita de su madre, Elías le pidió con insistencia que se hiciera una fotografía. Salidas ya del locutorio, Celina preguntó a Elías:

-¿Por qué has pedido una foto de la mamá?

-De seguro no podré volver a verla, quiero al menos contemplarla en fotografía antes de mi muerte.

Antes, ya había anunciado que moriría en un día de gran fiesta, y sus palabras no cayeron en el vacío.

Comenzó la novena de Navidad muy gozosa con el resto de la comunidad. En los Carmelos de la Reforma Teresiana, se vive con exclusivo contento los días previos al nacimiento de Jesús. Eran singularmente alegres las procesiones por los claustros con la imagen del Niño Dios.

El Niño Jesús va pasando de celda en celda, así, las hermanas pueden disfrutar de su compañía toda una jornada. Este gesto sencillo de encuentro y alegría por la noticia del Rey que nace, lleva en sí mismo un cúmulo grande de regocijo. De manera que produce en el alma de la carmelita, por así decirlo, una segunda Encarnación.

El último presentimiento de Elías plasmado en sus escritos narra así:

Cuando la sombra bruna me agrave el exilio, y el rayo de la luna ni siquiera aparezca

Diré: tengo yo muy cerca mi hora de agonía. Y ahora ya tan cerca feliz esperaré.

Reaparecerá la luz. El sol, bello y claro dirá el amigo Caudillo “Ven, hija mía, al cielo.”

Luego, poniendo la fecha anota: “Cae la nieve.” Así percibía Elías su entorno, solitario y helado y a su vez…lleno de Dios.

El día 16 por la mañana, pasan las hermanas Celina y Amelia camino al noviciado por el corredor que conduce a la sacristía. Elías cumplía afanosamente y sin distracción su oficio de sacristana con la mayor de las delicadezas.

Ambas la vieron llamar por la ventanilla del comulgatorio diciendo: “Jesús, no me olvides, Sor Elías está todavía aquí”.

Aprovecha así la Hermana Amelia, y le recrimina dulcemente: Eres muy joven; debes aún trabajar mucho por la comunidad.

-Hermana Amelia, la rosa está toda deshojada. Queda solo un pétalo, y el Niño Jesús vendrá pronto a buscarlo.

Sor Amelia recuerda la sonrisa que le prodigó mientras pronunciaba estas palabras, luego se incorporó a continuar con su faena.

Compartía el oficio de sacristana con la Hermana Diomira, su compañera de juventud. El mismo día en que había profetizado a las dos monjas aquellas palabras, señalando la puerta de la Iglesia, le dice a su camarada de oficio: “Por aquella puerta dentro de poco saldré muerta”.

Se acercaba la hora, hora de demostrar que amaba a Jesús con los sufrimientos de su vida. Salía presto de su pretorio disponiéndose a cumplir lo que Dios le pidiese camino al Calvario, con la pesada Cruz de los sufrimientos físicos y morales a cuestas, con los latigazos lacerantes de las incomprensiones y los rechazos.

Se había destinado un día para realizar pruebas de canto a las monjas, pues se estaban preparando una nueva melodía. La temática: “Gloria in exelsis Deo”. Según la Hermana Diomira, Elías gozaba con lo que pudiera resultar de mayor gloria de Dios y bien de las almas.

Antes de iniciar la prueba, Elías se vuelve a la Hermana y le dice: “Hermana Diomira, que será para la pobre del alma cuando vea a Dios por vez primera”

Cuenta la misma, que aquel día veía a Elías como transfigurada, como si el canto de los ángeles fuera ciertamente su canto. Muy concentrada y con voz casi divina. Fue éste, su último canto. Al día siguiente se apoderaría de ella el mal que le costaría la vida.

27-SU CALVARIO

El 21 de diciembre, en las vísperas, pide ser sustituida en el oficio de lectora. El dolor lo siente irresistible. Sale del coro.

Cuando su hermana Celina llegó a la celda, la encontró recostada en su lecho con fuertes escalofríos, estremecimientos e intentos de vómitos parcialmente logrados.

“Este dolor es de muerte” Le pide que vaya donde la Priora a pedir permiso para acostarse pues aún no le ha dado la licencia. Antes de arrimarse al camastro, se preocupó por lavar el pavimento de la celda. Sale en su auxilio la Hermana Matilde, que viéndola en las condiciones que estaba quiso aliviarla interrumpiendo el trabajo.

“No se preocupe, dentro de poco me meteré en el lecho y todo terminará.”

Inmediatamente se sucedieron algunas palabras entre ambas. La Hermana Matilde salió y regresó con la estatuilla de los Reyes Magos, pues andaba preparando el pesebre de la comunidad. Se la mostró a Elías y ésta le dijo: Dentro de poco los veré en el cielo.

Después se echó en el camastro mientras su hermana le tomaba la fiebre, tenía exactamente 39 y medio. Se le vio muy sosegada y alegre cuando supo su temperatura.

Pero la fiebre, al día siguiente, había desaparecido y la mayoría de las hermanas pensaron que era algo nervioso. No viendo la necesidad de llamar al confesor como había aconsejado la Hermana Celina, prescindieron de su servicio.

Pasó el jueves. Nada de nuevo. El viernes, antes de la vigilia del día de Navidad, Madre Magdalena concede dispensa de maitines en el coro para la Hermana Celina. Se va junto a su querida Dora. Será éste el último diálogo que tengan las dos.

“Presiento siempre más cercano el fin”.

Son las palabras que recordó Celina de aquel diálogo. Aprovechó para aconsejarla. Así, dulcemente le dijo que no se sintiera triste por su muerte, pues debía aceptar todo como voluntad de Dios.

Manifestó su deseo de que a su fallecimiento, su misma hermana transporte el ataúd, para dar a los demás un ejemplo de fortaleza cristiana y de esperanza en la vida eterna. Quedaron muy claras sus palabras en la mente de la que, en este mundo, había sido su hermana de sangre y también de hábito “Tú, vete al coro a cantar las alabanzas de Gloria por el nacimiento del Niño Jesús, yo iré a cantarlas al Paraíso.”

“Me aconsejó y me confortó otra vez, para que no me afligiese si no pudiera al final recibir los sacramentos de la Confesión y Comunión: pues aunque no nos pareciere, siempre debemos reconocer que la voluntad de Dios lo dispone todo para nuestro bien”. Son éstas, palabras de la misma Celina.

Su hermana deseó avisar de todo a sus padres, pero Elías le fortaleció para que esperase por la voluntad de Dios.

Por la noche, pasó la Priora a visitar a la enferma. Elías la recibió con gratitud y alegría. Pudo llamarla aún con voz emocionada y alterada a un tiempo. “Madre Nuestra, Madre Nuestra.” Cuántas cosas implícitas se encerraban en lo profundo de aquellas palabras: “Madre Nuestra, Madre Nuestra”.

La Rev. Madre la consoló aludiendo a las fiestas del nacimiento. Elías entonces con voz intermitente responde: “Sí, Madre Nuestra, yo iré a ver a Jesús Niño al Paraíso.”

La Priora, saliendo de la celda, llama aparte a Celina preguntándole acerca de su parecer con respecto al estado de su hermana. La pobre Hermana, no puede más que decir: “Está gravísima, morirá pronto”.

Sin esperar un minuto, la Priora habló muy acongojada con la Madre Supriora. Era para alarmarse. No obstante, y a sabiendas de la situación, un grupito de hermanas, a fin de tranquilizarlas, aseguraron de que en realidad no pasaba nada y que solo era cosas de nervios. Las Madres, más tranquilas por el parecer de las demás, volvieron a disponer todo su ánimo para las vigilias natalicias.

Hermana Celina hizo todo lo que estaba a su alcance a fin de llamar al sacerdote. Pero todo en vano. Las madres entendieron que no era grave, por lo que no había porqué molestar al sacerdote.

La noche transcurre agitadísima. Siente que se quema, tanto, que pide le pongan trozos de hielo en el pecho.

- ¿Qué haces Hermana Elías? - pregunta su hermana - Podrías agravarte más con esto.

- “Hermana Celina, me siento arder como si sufriera las penas del purgatorio.”

Y murmuraba:

-Jesús, te amo. Te agradezco todos los beneficios recibidos… He vivido en silencio y soy feliz de partir en silencio.

Sufría al pensar en la confusión, tristeza y sorpresa que su muerte repentina acarrearía para toda la comunidad.

Llega la mañana de la vigilia, Hermana Celina va al coro a cantar las alabanzas al Señor. Es la hora de prima. Después del canto del martirologio, vuelve a junto a la enferma. La encontró mal, no pronunciaba palabra clara. Hacía por hablar entre dientes.

“Me siento muy mal…me acerco a la eternidad…” Y le vuelven las fatigas.

Hacia las diez, un médico, el Dr. Spaccavento, viene a visitarla. Celina está en la celda, y viendo las fatigas de su hermana, responde por ella a las preguntas del galeno. Se dictamina el diagnóstico. Las palabras retumban arrolladoras en el oído: incipiente Meningitis y Encefalitis. Por la tarde, empeoraría más.

En la celda de la enferma estaban presentes Sor Celina y Sor Teresa de Jesús. A la hora de las vísperas, la priora manda a llamar a las monjas al coro. Sor Teresa le hace ver que no es posible dejar a Elías sola. Comenzaba entonces a delirar y agitarse con más frecuencia e intensidad.

Después del canto de las vísperas, La Priora va donde la enferma. Y lo constata por sí misma: ¿Entonces está grave Sor Elías? ¡A mí me han hecho creer lo contrario! Madre mía,¿ qué debo hacer ahora?

Con toda la prisa del mundo llamaron al Doctor Nitti, médico de confianza de la comunidad de San José. Fuera ya de la celda y junto a la Madre Magdalena y Hermana Juana, confirma que se trata de una encefalitis.

Es la tarde de la vigilia del nacimiento. La comunidad del Carmelo revive el Misterio más dulce de la historia de la salvación y del mundo. El Verbo se hace carne para habitar entre nosotros.

Por los corredores y claustros del monasterio se repite la peregrinación de María y San José buscando hospitalidad. De puerta en puerta, sin encontrar lugar… hasta descansar en un pesebre.

En su celdita, circundada de las tres hermanas de comunidad, Sor Elías está en coma, sin palabras y sin movimientos. A medianoche, Sor Celina es solicitada nuevamente en el coro para la misa de Navidad.

Por la mañana, la Priora, que al principio no había creído mucho en la gravedad del mal, telefoneó al Señor Severino Centrote, cuñado de la Hermana Elías. El asunto: pedirle le enviara al Doctor Balacco, médico de la familia, para que realizara una visita urgente a la comunidad. La razón: Elías no se encuentra bien de salud.

Hacia las ocho, los dos doctores, Nitti y Balacco, entraron en la celda de la enferma. Intercambiaron una mirada y se dieron cuenta de que todo estaba perdido. No había ya nada que se pudiera hacer. Se acercaba el fin a pasos agigantados.

Monseñor Samarelli, confesor de la comunidad, se encontraba en el monasterio para dar las respectivas felicitaciones navideñas cuando fue interpelado por la petición de la Priora para que administrase el Sacramento de la Unción de los Enfermos a Elías.

El Señor José, padre de Elías, se acercaba al monasterio a fin de dar la enhorabuena a la comunidad y poder ver a sus hijas. Se encontró por el camino al doctor Balacco que había dejado momentos antes a Elías en su lecho de dolor y en agonía.

El facultativo tuvo a bien darle la noticia. La muerte es inminente y no se lo oculta. Inmediatamente, cae en tierra y hubo que ayudarlo a levantarse y devolverlo a su casa.

Con permiso especial del Arzobispo Monseñor Curi, a la familia le fue concedido el entrar en la clausura para que asistiesen a la moribunda en sus últimos momentos.

Sabemos, los que conocemos el Carmelo Descalzo, que esto es una excepción grande. Por generalidad la carmelita muere sola, rodeada de sus hermanas de comunidad. Pero Jesús en su amor, quería tener esta última delicadeza con su corderita.

Hacia las once, entraron en la parca celda mamá Pascua, su hermano Nicolás y su cuñado Severino Centrote. Su hermana Prudencia se había quedado en casa para cuidar a su bebé.

Monseñor Savarelli oraba muy cercano a la enferma. La madre guardaba en su corazón todo su dolor. El monasterio estaba sumido en el espanto y la sorpresa, como había predicho Elías.

Para ella llegaba ya su última hora…privada de toda reacción. Así consumaría su sacrificio. No sucedieron más palabras de su boca, ni balbuceos. Su alma, sin bullas ni platillos, se elevaba al Padre en un profundo silencio. Justo como había querido vivir y terminar sus días. Hacia el mediodía, tras una mirada larga y penetrante al crucifijo, voló a los brazos de Jesús.

La noche había pasado y una luz nueva iluminaba toda una vida. Veintiséis años se acababan de apagar en este mundo a la luz del mediodía…y en el cielo, una estrella nueva y naciente brillaba refulgente en el firmamento de la Reforma Teresiana. Mientras, las campanas del monasterio y de la ciudad tocaban a Gloria.

“Sonreía siempre…era una santa….sufrió mucho de verás”. Éstas eras las palabras que súbitamente después de su muerte se sucedieron en los labios de cuantos la conocían y habían compartido con ella.

A la tarde, el Arzobispo vino a visitar el cadáver de la joven carmelita. Tras unos momentos muy emocionantes de oración, y recordando el nombre con el cual, una vez, la había presentado la Madre Magdalena en el locutorio, dijo: Esta violeta, comenzará ahora a esparcir su perfume. Deberíamos recitar el Gloria en vez del Réquiem, pero es mejor ajustarse y confiar todo al juicio de la Iglesia.

Las exequias se celebraron el día 26, fiestas de San Esteban mártir. El cadáver, puesto en el ataúd descubierto, había sido transportado a la iglesia del monasterio.

Muchas personas venían a venerar a la joven monja. Muchas madres llevaban a sus hijos, para que vieran a la santa y pudieran besar el borde de su capa blanca. Dejaban flores y recordatorios puestos alrededor del cadáver.

En un momento en que la iglesia al fin quedó vacía, se acercó al cadáver un joven, poniendo en sus manos yertas un manojo de flores blancas. Era el mismo mozuelo que años atrás, en la Iglesia de San Cayetano, había osado pedir el amor de la joven Dora. Curioso postrer encuentro.

El Padre Elías recibió al mismo tiempo la carta en que Elías le felicitaba por las fiestas de Navidad y el telegrama que anunciaba su muerte.

“Te seguiré adonde quiera, y para reposar no busco más, que tu cruz, la sombra del Getsemaní o la del tabernáculo” A la Hermana Celina le escribe así:

“Le agradezco al Señor porque a nuestros ojos ha hecho germinar una florecilla de santidad exquisita… supo bien vivir la vida escondida con Jesucristo en Dios…

Felicidades a vuestros padres por haber dado una hermanita a los Ángeles y a nosotros una celeste protectora en la tierra.”

Verdaderamente fueron benditos los padres de Dora con su hija. Quizás no se imaginaban del todo la gloria que traería con su vida sencilla al Carmelo Descalzo.

Así fue que en una tarde sencilla y sin hacer ruidos, dejó de existir en este mundo Teodora Fracasso. Al mismo tiempo, las puertas del cielo, se abrían jubilosas para recibir a la Esposa del Cordero. Allí se celebraría entonces las eternas nupcias.

Se había unificado para siempre con el Esposo. Lo que antes veía solo a través de un espeso velo, se hacía ante sus ojos realidad. Quedó fundida en un abrazo con Jesús.

Sin embargo, no se la olvidó aquí. Enseguida después de la carta necrológica, incluso antes, venían apareciendo pequeños favores atribuidos a su intercesión. Dios iba, a mi modo de ver las cosas, mostrando el camino para glorificar en su Iglesia a la que se había inmolado por ella.
28-POST MORTEM

He oído muchas veces que después que las personas mueren, solo queda tirar rosas en su sepulcro. Es verdad que en algunos casos ocurre, pero no nos detengamos en esta posibilidad. Es necesario “un reclamo”, hablar de Elías de San Clemente, proponerla como ejemplo y como norte. Incluso ahora, que tantos años hace que se fue al Padre.

El 18 de marzo de 2006, en la catedral de Bari, mientras todo el Carmelo daba gracias a Dios por el don de la nueva beata carmelita, era elevada al honor de los altares Elías de San Clemente entre la alegría de toda la ciudad y olas de humo perfumado.

Dirían algunos incrédulos y escépticos: ¿Para qué nos sirve ahora, a casi 100 años, la vida de una chiquilla monja, que le sorprendió la muerte en la flor de su juventud?

Yo afirmaría entonces que es una necesidad. Diría un sí rotundo. Verdaderamente hay mucho qué decir sobre y desde la perspectiva de Elías a nuestro mundo moderno.

Vemos como infinidades de seres humanos se hunden en la desesperación, la desesperanza y el sin sentido. Aumentan los suicidios y disminuyen las familias felices. Las personas se descentran y van detrás de lo indefinido. La sociedad se corroe con vicios y placeres. Los ricos viven de lujo mientras que los pobres carecen de lo imprescindible.

El ejemplo de Elías, ante nada, nos habla de un Absoluto que dio sentido pleno a su vida, y puede dar también sentido a la nuestra. Nos descubre una vida entregada, sin placeres y sin lujos, una vida austera, llena de rosas espinadas y de sonrisas sangrantes.

La felicidad es dar gracias y sentirnos regalados con las pequeñas cosas que vienen a nuestra vida, es reposar en nuestro centro, es sentir que hay alguien que nos ama incondicionalmente…con un amor poco conocido y menos aun retribuido. Un amor que trasciende las barreras de todos los intereses y que se hace pequeño con tal de entrar en ti.

Elías, como joven, puede también llamarnos la atención acerca de la fidelidad. Mil contratiempos comenzaron a sobrevenirle en el mismo momento de su entrada. La batalla era pujante, pero la libró a cabalidad, hasta poder decir como el apóstol: He guardado la fe.

Murió carmelita, fiel a sus constituciones, a su clausura y a sus votos. Esto, debe interpelarnos y centrarnos, para buscar con ansias al Amado doquiera este. Para trascender todo vicio de tibieza y relajación y buscar en las fuentes, la esencia de nuestra propia vocación sea cual sea.

Pidamos con fe a Elías de San Clemente, nos enseñe amar a Dios con el mismo amor con que ella lo amó, y que de su mano, podamos como ella ahora, pisar las estrellas…

Yannick Delgado Farias
L. D. Vque .M.

3 comentarios:

silvana dijo...

QUE HERMOSA VIDA DE ESTA CHICA, ME ARDIA EL CORAZON MIENTRAS LEI SU VIDA, ES QUE MI GRAN ANHELO ES SER CARMELITA TAMBIEN, DIOS BENDIGA TU VIDA

Anónimo dijo...

www.carmelitasecija.es.tl

nosotras tenemos una ermita en nuestro monasterio con la imagen de la Beata Elías y una reproducción de su celda. Nos gustaría que lo viesen. MM Carmelitas Descalzas de Écija

Anónimo dijo...

www.carmelitasecija.es.tl

Esta es nuestra WEb, en nuestro monasterio tenemo dedicada una cela a la Beata ELías, sirve de ermita a la comunidad para los días de oración fuera del coro, o sea los domingos.Nos gustaría la visitasen en la Websalen fotos de la celda que decimos.